El oráculo

El oráculo


Herminio Martínez

Se oyó decir que vino de muy lejos,
azul como el desdén de un importante.
Azul como la piedra de una lágrima
que por su origen sólido es preciosa.
Azul como el oído de los músicos.
Azul como ese cráter de la luna
donde Dios guarda el talco de sus hijos.

Azul como el pellejo del cansancio
que alguien cuelga en los hilos del reposo.
Como el servil haciendo reverencias.
Como la primavera con sus lunas
de niñas pellizcándose la especie.
Como la orilla donde come el aire.
Como el rostro infantil del desaliño.
Como la dinastía de las palabras
que tienen la misión de ser ovejas.
Como la picadura de los mínimos
que salen a rugir sin comentarios.
Como la aburrición que se pasea
vestida de muchacho en un domingo.
Azul como la cara del que pone
todavía la ilusión a su servicio.
Azul que no sabe por qué vino
a darte una lección de habla podrida
con todos los diplomas en el crótalo.
Como la nieve con su ajuar de plumas.
Como la lija del talón de Aquiles.
Azul como una lámpara con frío.
Como el filo temblando en el acero.
Como el gozo en su tálamo de pétalos.

Antes de que la forma te posea
vamos a hablar nosotros de hombre a hombre,
de animal a animal, criatura amarga,
que eres en el discurso de tu charco.
Frente al burdo diseño de tu máscara
hasta el hijo de Dios se arquea flaquísimo
mientras azota su tambor el mundo
y emerge, adolorida como un perro,
la voz humana, dulce por su música:
una palabra verde, un caserío
para albergar la noche que ya viene,
auque también asile tantos lobos
que a todos nos enturbian las mañanas.
Para apurar el cáliz del asombro
Emigramos del útero al dilema
donde el enigma inflama su burbuja.
De nada sirve el herbazal de tu habla
para que el domingo desayune
campo de frescas hojas como un bóvido.
Detrás de los espejos y los muebles
donde toda la vida sentó su alma
la fortuna, descalza, con un índice
distribuye la dicha entre los cerdos
que también son azules como cauces
de rumor transportando fetideces
y a los pobres los deja sin un ojo
esperando del caos una respuesta,
Para qué repetirlo, anda el enérgico
vestido como un sol entre la nieve
y la imagen larvada del ególatra
que porta su pronombre peor que un górgoro;
el soberbio con su ínfula parada,
el bilioso en su témpano de lumbre,
la risa crapulosa del mediano,
el borrón purulento del hipócrita
la sarna pedagógica de algunos
que se rascan el hecho de ser líderes,
el ídolo en su cápsula de estruendo,
la estupidez en bata de entendida,
autores que no son más que currículum,
becarios de la pus, hijos serviles
de las revistas y el abecedario,
modelos obsecuentes de la tribu
que se come las heces del patriarca,
el ansia de la res en labios de hombre,
no de mugir sino de darle un himno
al mundo que, supone, la festeja;
el déspota con puntas en el modo,
el turbio en su materia de ademanes,
el sexenio rapaz de los conejos,
rufianes con el yo de pipa y moño,
el hueco con su instinto de admirarse
lleno de sí como de lodo un charco,
la garrapata que echa por delante
los garfios para gozo de su efigie
y el superfluo en su módulo que flota
en el sopor malsano de la herrumbre.
Azul como un estómago sin grasa
o una cintura donde crecen nísperos
Azul como el mentón de un eminente,
como el habla de vidrio de los léperos.
Azul como las canas de un letrado.
Azul como la gripe de un gendarme.
Azul como el carruaje de los déspotas
en que suben y bajan a la historia.
Azul como el monólogo de un ebrio.
Azul como el presagio de un desastre
y las pedradas con que se le echaron
encima a la edición de tu presencia.
Azul como el ronquido en sus curules.
De ese color y su alma también era
la arena movediza de la náusea,
la ventana al desdén siempre oxidándose,
un árbol con sus ramas de alacranes,
la reata de mil nudos que es el viento,
una estrella cayéndose en hilachas,
un futuro de espesos lodazales,
un caminar a trancos por lo fétido,
la oscuridad sentada entre fulgores,
hidra del mal, parada en sus pilares,
tigre cuya bravura no es mas que hipo,
una sombra en fragmentos despeñada
del propio precipicio de su estirpe
aunque avance con poses de sociólogo
y te presente partes de científico.
Frente con telarañas en tumulto,
veterano oficial de la diatriba
antes que lo deshaga cualquier grano
de sal sobre su cuerpo de molusco
o extienda sus tubérculos golosos
y lleve sus ojeras caminando
por llanuras de sueños esparcidos
a ver si lo conoce el de ser alguien.
Tiene todos los nombres del malogro,
es la piel atezada del insulto;
tumor abierto derramando podre,
gramática de espinas para el ánimo
hasta quedar en cúmulo de astillas
maligno como un ganglio que se pudre.
Azul como el olvido en sus poblados.
Como la antigüedad en sus museos.
Como la omnipotencia en sus informes.
Azul como el armonio que la lluvia
toca mientras avanza por la tierra.
Azul como una estatua sin narices
que se quedó en el tiempo retratada.
Azul como los sauces que se entumen
al peso vegetal de la hermosura.
Como el aroma a pan en un convento.
Como el sabor a cobre del ridículo.
Azul como las púas de los magueyes
que coronan linderos y dan pánico.
Azul como el desplante que camina
y se pone corbata igual que muchos.
Azul como las ubres de una santa.
Azul como los nervios de un eufórico.
Azul como el coraje de los cónyuges.
Azul como el amor a la lectura.
Azul como las ganas de hacer prosa
que fluya, que retumbe, que llovizne.
Azul como el decoro en una iglesia.
Azul como un geranio en la ventana
o como la alegría de los imbéciles.
Azul como ese líquido que brota
del corazón al ver pueblos con hambre.
Azul como la torre de la risa.
Como el dengue del chopo sobre el río
y el dorso del desdén cuando se arruga.
Como un ferrocarril aullando lejos.
Azul como los gatos de la aurora
y como las luciérnagas que tejen
el velo agujereado del insomnio.
Azul como el que siempre llega tarde.
Azul como un bozal para el resuello
de la gente que muere a cualquier hora.
Como la ofuscación que en una calle
busca dónde sentarse al mediodía.
Como el araño umbilical de un tímido,
como la menstruación de una princesa,
como el sudor oreado de los místicos
y el vientre octagonal de los canónigos.
Como la solead cuando echa humo
por las cocinas en las poblaciones
y como la ventana donde acoda
su alma entre pedestales el fanático.
Como la indiferencia de los dignos,
como las multitudes que imagina
en sus sueños de gloria el literato.
Azul como el eructo de un emérito
o como el empedrado de las várices.
Azul como las ingles de una reina.
Azul como las lágrimas de un viudo.
Azul como la hierba de la mula.
Azul como el abdomen de un artista.
Azul como las uñas de un ahogado.
Azul como la luna en el invierno.
Azul como la encía de la soberbia.
Azul como el ombligo de los fetos.
Azul como la nalga de una mona.
Azul como la lengua de la iguana.
Azul como la dicha del que cena.
Azul como la caca de un pontífice.
Azul como los labios de una diosa
pero también igual que la arrogancia
con la que alguien se entiende con el ínfimo
hirviendo en su postura rutilante
como un guiso celeste de gusanos.
Como la faz esquiva del sarcástico
que tiene el paladar también de rata;
Azul como el respeto que pregona
Cualquier traje con un bandido adentro.
O la bolsa de cuero echada al hombro
de la mala intención que anda buscándote.
Azul como el diafragma de los críticos
y como las serpientes que se enroscan
en el cráneo de aquel que te merienda.
Como la sed del que en pezones piensa.
Como una rana encima de otra rana
haciendo ranas con rocío y espuma.
Como el cariz que toma en un instante
quien se arrima a quererte con su abrojo.
Como la luz cuando al llover se inclina
a que la bese en la penumbra el aire.
Azul como los ejes donde gira
el mundo que es terraza para todos.
Azul como las copas donde beben
eternidad los nombres de los árboles.
Como la melodía de una guitarra
que alguien toca en el fondo de sí mismo.
Como la paz que pasa de puntitas
para no despertar ninguna guerra
en los malentendidos de los prójimos
o en las desavenencias entre vástagos.
Como la jerarquía que tiene gradas
para sentarse libre a contemplarnos,
y como los bramidos de los ciervos
Que se entregan a la hora del crepúsculo.
Como una biblioteca a media noche
donde alguien crea un libro de la nada.
Como el perro de Dios entre las sillas
de la sala del trono donde asiste.
Azul como el catarro de un iluso.
Como el lado benigno de un ilustre,
como el índice córvido del pérfido.
Azul como el honor de una muchacha.
Como la cresta de la altanería
que tiene un gallo para cada pico.
Azul como la alfombra del silencio
y las venas de sal de la criatura
prodigiosa y enorme del océano.
Azul como ese límite que estruja
la mirada de tan abierta a lo hórrido.
Azul como las babas de un avaro.
Azul como la faz de un envidioso.
Como el torrente trepador del humo.
Azul como un ropero de la infancia
y como la siesta de un presbítero
y como el ataúd del aguacero.
Azul como la cuerda del suspiro.
Azul como la alfalfa de los mares.
Azul como el cu cu de las palomas.
Azul como los hijos cuando nacen
y como los testículos de un príncipe
y como la voluntad de las gallinas
que para que la gente duerma a gusto
se meten a poner sueños temprano.
Azul como las crines de un cometa.
Azul como la mugre de un arriero.
Azul como las moscas de un cadáver.
Azul como el aroma de las vírgenes
y la savia viscosa de los chismes,
como la línea curva de la ausencia.
Como las canas de un profeta bíblico.
Como el ronco tambor de la llanura.
Azul como las cejas de un retrato.
Azul como la voz de un académico.
Azul como el deseo entre laureles.
Azul como el colmillo del que escupe
con un modo de ser que es de caoba.
Azul como un muchacho mentiroso.
Azul como los huesos de la lástima.
Azul como una bruja cariñosa
y como un trovador largando el alma
en un oasis donde cae la brisa.
Azul como las barbas del elogio.
Como la claridad que tiene lomo
donde la luna carga los recuerdos.
Como la antigüedad cuando tropieza
con su derecho de llorar por épocas.
Con la sinrazón en su barbarie.
Como la aristocracia en sus figuras.
Como el martes en un día despejado.
Como la comezón de un estudiante.
Como el cabello púbico de una ángela
O como el prepucio de un labriego
Como la caridad que tiene lomo
donde la luna carga los recuerdos.
Como la antigüedad cuando tropieza
con su derecho de llorar por épocas
como la sinrazón en su barbarie.
Como la aristocracia en sus figuras.
Como el martes en un día despejado.
Como la comezón de un estudiante.
Como el cabello púbico de una ángela
como el prepucio de un labriego
que se asoma a orinar en la neblina.
Azul como la esposa de un notario
a la hora de rezar sus devociones.
Azul como la vida de un monarca.
Azul como la caspa de un político.
Azul como el ladrido de aquel cuervo
que te quiso morder en el periódico.
Azul como los dientes del elote
que se fraguan en leche endurecida.
Azul como la amante de un obispo.
Azul como un caudillo entre parvadas.
Azul como la tinta de un anónimo
y como los riñones de un poeta
y como la s mejillas de los huérfanos
o la rodilla de la zarza en viernes.
Azul como el biscocho interminable
que Jesucristo repartió a sus pródigos.
Y como el trono de la fantasía
donde me siento a gobernar imperios

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