El albur manifiesto en el manifiesto nalgaísta 


En la actualidad se habla poco de la capacidad didáctica de la poesía, quizá porque, avasallada por la novela y sus diferentes derivaciones (cine, televisión y redes sociales) se le ha relegado a ser una actividad de culto, propia casi de sectas masónicas. Las personas respetan a la poesía como a una religión: bonita pero de lejos, como que trata de lo sublime, de lo bello y no de nuestra amplia gama de emociones como seres humanos.
A diferencia de Octavio Paz o de Jaime Sabines, Efraín Huerta es el modelo ideal para abrir la poesía a cualquier persona, como nadie, comprendió que los recursos del albur y del doble sentido (tan típicos de mexicalpan de las tunas) son los mismos de la poesía.
Esto no debe hacernos pensar que Huerta es algo así como un poeta payaso, el manifiesto nalgaísta es un poema de gran envergadura (con y sin albur) está lleno de imágenes de alcurnia como "al dulce infierno de tu vientre", "adelgázate hasta la soledad de los cocodrilos que agonizan al pie de mi medio siglo", "río de sublime dorso encañonado"...
Es también, como pocos, un poeta que asume la vanguardia sin ningún temor. El manifiesto perfectamente se da la mano con los experimentos de poesía bop de Allen Ginsberg y su celebérrimo aullido: "De mi alcohol cohol cohol cohol cohol jazz marinera mía"; juegos de palabras que no devienen en mera pirotecnia, sino construyen sentidos novísimos como en "su tiznadísima chingamusa".
El poeta, además, se vale de la tradición cultural: "Oh Fuensanta ¿no hacemos cuchi-cuchi a la orilla del mar?", la evidente cita a Rubén Darío en "me duele el pensamiento coño cuando pienso y cuando quiero coger, no cojo ¡y a veces cojo sin querer!".
Si de alguna esencia podemos hablar en poesía, es la de entender que el poema se construye con el impacto de los sucesos del mundo en el poeta, sí, la estereótipica rosa, el brillante el amanecer, la rutilante estrella, el rocío de la mañana; también las nalgas, el culo, el fornicio, como bien lo demuestra Huerta.
Si quisiéramos hacer una campaña en pro de la poesía entre adolescentes, deberíamos empezar por aquí, no con los versos más tristes esta noche o pues bien yo necesito decirte que te adoro que, sin culpar o demeritar a sus creadores, nos han convertido en consumidores irredentos de Vicente Fernández o de Justin Bieber.

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