Inuyasha en Garibaldi

Inuyasha en Garibaldi

Benjamín García 


Hace años que él manga (cómic japonés) superó a los 

cómics norteamericanos. Es verdad que Supermán y Batman son personajes conocidos universalmente, pero no dejan de ser demasiado usakas, demasiado guardianes del orden capitalista. Además de eso, no saben morir en paz, son algo así como personajes zombies.

Samurai X, Dead Note, Evangelion, Robotech e Inuyasha, entre muchos otros son obras concebidas con un fin, no se reciclan una y otra vez, claro, algunas son iterminables, como One Piece, y la tentación del dinero es fuerte como en el caso de la no muy buena continuación de Dragón Ball.

Inuyasha, obra de la mangaka (se llama así a quien elabora mangas) Rumiko Takahasi, nos muestra que 

los mitos no sólo son historias del, pasado, son parte del discurso del presente, son narrativa. Esto es patente en Inuyasha. El argumento es sencillo: una adolescente llamada Kagome (los imbéciles que la trajeron a México tuvieron miedo de su nombre y lo transformaron en Aome) vive en un templo. Su abuelo le regala la legendaria perla de Shikon. Gracias a ella, y por accidente, viaja por un pozo al pasado. Se encuentra con Inuyasha, un joven "híbrido" (mitad humano, mitad demonio). Él fue engañado por el perverso Naraku para hacer que entré él y su novia, la sacerdotisa Kikio, se asesinasen. Kagome resulta ser la reencarnación de Kikio.

La obra está llena de referencias budistas, del folclor oriental, lejana a los paradigmas y traumas occidentales.

Su narrativa se aleja del maniqueísmo de D. C. o de Disney. Kagome es celosa, Miroku, otro de los personajes, es un monje lujurioso, héroes más cercanos a los dioses griegos que a los asépticos y asexuales de DC-Marvel. 

En México, y en general en América Latina, deberíamos seguir el ejemplo de esta corriente: mandar al diablo el modelo usaka (claro, quedándonos con todo lo que sea posible reciclar) y basarnos en nuestra rica herencia cultural, modelar nuestros personajes y de esa manera modelar nuestra historia y nuestro futuro. 

Se trata de extraer lecciones de las ya existentes. Inuyasha, por ejemplo, a nivel arquetípico, nos muestra la necesidad de controlar (no reprimir), al demonio que habita en nosotros, ¿no necesitamos historias así para que los mexicanos percibamos a nuestros demonios y aprendamos a controlarlos, y en tanto es así, a usarlos en nuestro favor?

El olvidado cómic de El Pantera (llevado muy mal a la pantalla televisiva hace algunos años) recuperaba al personaje del "gaznápiro" (simplón, guarro), el típico mexicano "aventado", feo, seductor y "rompe madres". 

El Santo, uno de nuestros pocos súper héroes, brego entre el orgullo y la parodia. Hoy ha quedado en el franco olvido (a pesar de que hace unos años llegó hasta Cartoon Network).

Necesitamos modelar nuestros ideales (tenerlos), reflejarlos en las manifestaciones populares como el cómic, también en la novela y el cuento.

Después de todo, la historia reciente ha tumbado del pedestal a Los niños héroes, a Hidalgo y un largo etcétera, por tanto es hora contar historias que permitan crear nuevos senderos, no un Inuyasha a la mexicana, sino su alter ego en esta región.


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