Currícula abierta, Benjamín García




La educación requiere autonomía. En cada cambio de sexenio hay un cambio de ruta, si bien es bueno actualizarse, depender de los vaivenes políticos es nocivo para la actividad escolar. Cuando yo estudié la preparatoria, el Colegio de Bachilleres dependía, por supuesto, del estado, pero su autonomía permitía que manejara diversos aspectos bajo sus propios términos, por ejemplo, el ingreso, no existía un mecanismo como el Ceneval. Yo me presenté al plantel que me interesaba, el 5, sin compañía paterna, simplemente con mi deseo de continuar el proceso educativo y listo, quedé inscrito, incluso me dieron una prórroga para entregar mi certificado de secundaria, porque estaba en trámite.

Los tiempos cambian, sin duda, pero ni es necesario cambiar todo, ni todos los cambios resultan adecuados. Cualquier preparatoria requiere libertad de cátedra y autonomía. En los sexenios pasados se preocuparon por dos asuntos: el bajo nivel que presentaban nuestros estudiantes frente a los estándares internacionales y la falta de un marco curricular común.

Es un tanto necio negarse a los estándares internacionales, sobre todo en un mundo global. Ello no significa renunciar a las particularidades locales. Tampoco es malo tener un marco común, es decir, el conjunto de conocimientos que se espera que posea un egresado, independientemente de su institución de origen.

Pero ambas medidas se convirtieron en un cinturón para estrechar el margen de actuación de las escuelas. Debe existir capacitación docente que provenga de una entidad autónoma, debe existir una entidad de acreditación, también autónoma, que se encargue de aplicar pruebas dentro de ese Marco Curricular Común. Sería una manera de incentivar a las instituciones a cierta homologación, sin incurrir en presiones innecesarias.

Un sistema curricular abierto ayudaría mucho a enfrentar tales situaciones. Los estudiantes quedarían adscritos a una institución, digamos, el Colegio de Bachilleres o la preparatoria estatal. Se les ofrece un plan curricular general, además de una serie de materias optativas que pueden cursar en cualquiera de los subsistemas, incluso en el nivel superior. Estas materias podrían cursarse tanto presencial como virtualmente, además, podrían tener diferentes enfoques, algunas podrían dirigir al estudiante a la formación de un oficio o de una profesión técnica (o como se la quiera llamar: contador, asistente financiero, administrador de redes sociales, etcétera), de investigación.

Para lograrlo, necesitamos romper con cierta idea peregrina de movilidad social. En los últimos años la educación ha sido vista como un mero factor de movilidad, es decir, que quien estudie, pueda acceder a mejores niveles de vida. Aunque en principio, es una buena idea, en la práctica ha llevado a la saturación de carreras “donde se gana bien”, con el resultado de que la gente, ni gana bien ni se dedica a su profesión”.

En México (sospecho que en el mundo, en general) se convirtió en todo un mito la imagen del licenciado, el “Lic.”, quien gracias a sus súper poderes obtenidos por haber pasado por una licenciatura, conseguía todos los trabajos, todos los beneficios y todos los accesos. Entre ese y otros factores se construyó la torpe idea de que es mejor ser licenciado o ingeniero por sobre cualquier otra opción.

Desde hace unos años se volvió evidente que se consigue más dinero con la venta de tamales o de tacos, de ello no debe colegirse que entonces todos deberían vender tamales y tacos, ni lo uno ni lo otro, más bien nos lleva a replantear la pregunta: ¿para qué educamos? Muchos de mis alumnos de preparatoria buscan conseguir una calificación para obtener un certificado, y buscan obtenerlo, o bien porque es un requisito para ingresar a la educación superior, o bien porque en la mayoría de los puestos de trabajo lo exigen. Digamos que son requisitos y objetivos legítimos, pero ¿y la educación?

Las revoluciones burguesas terminaron más o menos con la era de los títulos nobiliarios y comenzó la era de la burocracia, inmersos, como estamos, es inevitable que se pidan certificados para casi todo. No nos pelearemos con ese aspecto.

Por otro lado, más allá del certificado, la educación promueve la formación de ciudadanos, de seres humanos críticos y racionales, capaces de amarse a sí mismos, de ser fraternos y solidarios, por cursi que pueda sonar, ello requiere una perspectiva de amor: amor a sí, amor al otro, amor al conocimiento.

 Para que los estudiantes se enamoren del conocimiento (que es una manera de enamorarse de sí mismos, y en esta era eso hace mucha falta) es preciso que veamos a la educación no nada más como un factor de movilidad social, sobre todo, que no sea ese el principal objetivo, sino como un factor de humanización, es decir, el ser humano en la labor de proyectarse en sí mismo y capaz de ir más allá de sí, se trata de asumir aquella máxima socrática: conócete a ti mismo, en esa medida, la persona podrá asumir su labor transformadora de sí y de su entorno.

En la medida en que la currícula sea más “armable”, la persona podrá hacerse cargo de su propia formación, a través de sus elecciones, sería algo así como una currícula interactiva. Si nos dejan imaginar un poco más, podríamos propiciar intercambios con otros países, de tal suerte que las estancias no sean privativas de los posgrados, sino que existan desde tempranos niveles. El nuevo ciudadano será aquel capaz de hacerse cargo del peso de sus decisiones.

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