Gobernarse

Ben Gar

Admirar es orgásmico y, por ello, placentero. Entre mis figuras adoradas se hallan Henry Miller, Elena Garro, Rosa Luxemburgo, John Coltrane, Ella Fitzgerald, Hipatia de Alejandría, Sócrates, Don Gato, Batman (por supuesto), Lara Croft y, bueno, un tremebundo etcétera.

    Es difícil trazar una línea entre la admiración y la pleitesía, a pesar de ello debiéramos intentarlo. Como buenos animales, solemos actuar en manada, pero atentos a un liderazgo. Pero ¿no acaso parte de nuestro reto es superar ciertas aspectos de nuestra bestialidad?

    En el Rey León, por ejemplo, es interesante que cuando Scar comete magnicidio y tomar el poder, el disgusto del pueblo no los lleva a organizarse, sino a esperar que algo suceda.

    Ese algo es la vuelta de alguien, el salvador. Por ello, cuando Nala encuentra a Simba, su felicidad estalla: el único ha llegado.

    A menudo me pregunto porque se da suma importancia a las elecciones presidenciales y las de otros niveles de gobierno, salvo gubernaturas, no parecieran tan relevante, probablemente es por esa creencia magia en el mero mero, el chingón, el que nos llevará a la grandeza.

    La gente ama a sus ídolos y odia a quien los defenestra, a grado tal que se rompen amistades, amores y hasta familias.

    Me parece que admirar es necesario, como cuando se admira a Messi o a Jordan por su manera de jugar sus respectivos deportes, sin embargo, no necesito idolatrar e inmolarme para apreciar su desempeño deportivo.

    En literatura, desde hace siglos se intenta romper con la visión maniquea, no hay buenos y malos absolutos, sino personas complejas y complicadas.

    Me temo que en la medida que crece nuestro deseo de linchar a algunas figuras, en esa misma medida andamos a la caza de ídolos.

    Hasta cierto punto es más sencillo seguir ciegamente, y si el líder se equivoca, que por supuesto lo hará, entonces trastocaremos el amor en odio vehemente.

    ¿Y nuestra responsabilidad? Para llegar a la libertad, a la madurez tanto individual como social, requerimos hacernos cargo de nuestras decisiones, de otra manera, no pasaremos de un papel de niños berrinchudos que nada más dan la lata y no asumen el mundo, su mundo, nuestro mundo.


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