Cuatro años a bordo de mí mismo: la interioridad como espacio de enunciación social
Cuatro años a bordo de mí mismo: la interioridad como espacio de enunciación social
Publicada en 1934 en Colombia, Cuatro años a bordo de mí
mismo (Eduardo Zalamea) es una novela de introspección moderna que narra el
viaje existencial de su protagonista a través de una ciudad fragmentada por el
desencanto político, el desencuentro cultural y el malestar de la modernidad.
Aunque en apariencia se trata de una novela subjetiva y existencial, su valor testimonial radica precisamente en esa dimensión interior: la conciencia individual se convierte en archivo de época. La ciudad, la soledad, el tedio y la crisis de sentido funcionan como claves para leer el contexto social de los años treinta, marcados por la polarización política, la urbanización y la descomposición de los ideales liberales.
Zalamea Borda construye así un testimonio de época desde la subjetividad moderna, descentrando el foco de la denuncia directa para inscribirlo en una poética de la angustia y el extrañamiento. Frente al testimonio clásico, aquí se opera una inversión: el testigo no es una víctima reconocible, sino un sujeto en crisis que se convierte en cronista fragmentario de su tiempo. Esta capacidad de cronista social (no solamente paisajista) es una parte de lo que dota la novela latinoamericana contemporánea de su dimensión como reconstrucción del cronotopo histórico, de su teatralidad y espacialidad de época.
Big Ben
Aunque en apariencia se trata de una novela subjetiva y existencial, su valor testimonial radica precisamente en esa dimensión interior: la conciencia individual se convierte en archivo de época. La ciudad, la soledad, el tedio y la crisis de sentido funcionan como claves para leer el contexto social de los años treinta, marcados por la polarización política, la urbanización y la descomposición de los ideales liberales.
Zalamea Borda construye así un testimonio de época desde la subjetividad moderna, descentrando el foco de la denuncia directa para inscribirlo en una poética de la angustia y el extrañamiento. Frente al testimonio clásico, aquí se opera una inversión: el testigo no es una víctima reconocible, sino un sujeto en crisis que se convierte en cronista fragmentario de su tiempo. Esta capacidad de cronista social (no solamente paisajista) es una parte de lo que dota la novela latinoamericana contemporánea de su dimensión como reconstrucción del cronotopo histórico, de su teatralidad y espacialidad de época.
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