Hera y Clyde, abismo en el sol

Hera y Clyde

Abre la portezuela del auto modelo deportivo del año pasado. Posa su zapatilla negra en el asfalto gris que recibe un sol pesado, su calor cae como meteorito sobre la piel humana. Jala el bolso con su mano derecha. Posa el segundo pie y avienta su cuerpo hacia fuera. Se ajusta las gafas, ellas ocultan unos ojos verdes parecidos a unas canicas bombachas. Su dentadura luce perfecta, sin el gris de alguna muela recubierta.
Se dirige a la puerta para ingresar a la tienda. De pronto escucha: “Hola preciosa: si Sócrates te hubiera visto ya no habría discutido sobre la belleza, simplemente se hubiera remitido a ti”. Otra voz femenina cruza el aire y se impacta en los oídos de la ojiverde convertida en ondas hertzianas que son decodificadas milisegundos después: “¿Quién es esa sirena perra? ¿Es por la que me abandonas pedazo de cabrón volátil como las sandalias de Hermes?”. La mano de la emisora de los sonidos alcanza el cabello de la de canicas bombachas mientras comienza a viajar la energía por entre los nervios para producir el impulso suficiente para darle un tirón.
El hombre dice: “No Hera mía, no he venido yo sino ella ha lanzado su canto sirenero, en serio”.
El cráneo de la sirena bota contra el piso en un golpe seco, queda aturdida mientras la atacante alega: “Y te llevas en mi carruaje divino, ¿qué, te plantaste ante ella como un Apolo”.
Él esboza una sonrisa permitiendo ver una aleación. Su diente brilla: “No mi triple diosa, parte de Hera, parte de Atena y parte de Venus”. Ella recoge la llave al lado del televisor descompuesto y espeta: “Anda, sube a la cuadriga mala copia de Zeus”.
La claridad retorna a la chica tirada en el suelo, apoya una mano sobre el chapopote y escucha un estruendo que la remite inmediatamente al giro de una mano que, en una intermediación de máquina y humano, pone en marcha al auto. Siente el humo del escapa y de p’ornbto recuerda los cuentos infantiles donde hay tinieblas. El auto va friccionando contra el piso. Zeus saca un cigarro, juguetea con él en sus manos largas antes de sujetarlo con sus labios resecos. La triplemente hermosa rasa con una uñas largas y pintadas de esmalte rojo la velocidad. Por el retrovisor se ve a la sirena corriendo y gritando. Hera voltea a mirar a Zeus, ve el cigarro entre la resequedad y sus ojos llenos de brillo, clava su mirada en ellos y exclama: “Oye, pero no te gustó, ¿verdad?”.

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