Peatones, patines, ruedas y nómadas

La palabra tecnología nos lleva a pensar en algo alejado del ser humano, cierta ajenidad, un extrañamiento. ¿No son las máquinas parte de nuestro propio desarrollo natural? De la rueda de piedra a la rueda de la carreta, y de ahí al monopatín eléctrico.

Es difícil, si no imposible, pensar en un ser humano no tecnológico. Los primeros rasgos de civilización los tenemos con herramientas e utensilios (herramientas también, a final de cuentas).

Si tomamos eso como punto de partida, es fácil imaginar a un personaje prehistórico que camina por donde se le da la gana, sin topar con autos, sin mayor prisa que la de ir tras de una presa o escapar para no ser justamente eso

Claro, llevará su ropa confeccionada con piel e instrumentos rudimentarios.

Caminar es una delicia, por supuesto, hay quien asegura que la agricultura es el inicio de la civilización, también hay quien asegura que fue la gran trampa. Quizá, a la manera aristotélica, la respuesta se halla en el punto medio: somos tanto sedentarios como nómadas. Es decir, nos gusta recorrer el mundo, también llegar a una cueva, encender el fuego, contar historias y dormir. Nos gusta la caza, pero también el frutero sobre la mesa. Más que una contradicción, se trata de un complemento, dos napas conjuntas.

Eso nos llevó a descubrir que podíamos montarnos sobre un caballo, sobre una barcaza. También nos llevó a fabricar vehículos que van desde la carreta hasta el avión.

No deberíamos tener que decidir entre caminar o ir en autobús, más bien, acordes con el cavernícola, deberíamos aprender a convivir con uno y otro. La pandemia da buen pretexto para ello, es casi imposible mantener la distancia en la calle porque las banquetas son reducidas.

La banqueta ya es en sí un instrumento tecnológico, nada más que asociado al uso de un mastodonte moderno: el coche. Las motocicletas pueden resultar inseguras por las velocidades que alcanzan, pero no las incluyo como parte del coche, esos mamuts contemporáneos, tan ávidos por barritar por toda la urbe, tan plenos de flatulencias estentóreas, son la imagen del siglo XX que nos prometió una celeridad increíble y terminó atorado en un mísero segundo piso.

¿Debemos desaparecer los coches? No, no al menos hasta ahora, es momento, eso sí, de recuperar senderos peatonales, amplios, llenos de bancas, por donde los niños puedan brincar y correr sin gran riesgo (salvo los que implica vivir, nada más).

Caminar es lo más primigenio, luego correr, andar en patines o bicicleta y finalmente el auto. Antes de discutir sobre la necesidad de contar con ciclopistas, lo primero es crear podopistas, o sea, circuitos peatonales. Una persona en buenas condiciones de salud puede recorrer con facilidad tramos de entre 5 y 10 kilómetros de ida y vuelta. En los lugares donde han puesto algún tramo de ciclopista, uno de los problemas es que los peatones los invaden, la razón es obvia, no hay suficientes caminos para ellos.

Aunque un principio libertario es que la mejor ley es la que no existe, vivimos en la era de las regulaciones, crear una ley de senderos públicos podría ser un primer paso para recuperar la vida peatonal. Sin duda, las ciclopistas urgen, no únicamente en México, sino en todo el mundo, antes de ellas, los pasos para los caminantes pueden ser una manera radical de transformar al mundo.

Muchos automovilistas se llenan de pánico cuando ven un carril reducido, la realidad es que ciclopistas y senderos peatonales ayudan a desahogar la densidad vehicular, pero en el caso de las podopistas, no únicamente se pueden construir al lado de las avenidas para coches, se pueden buscar muchas rutas alternativas, no nada más para ir de una colonia a otro, incluso de un estado a otro. Hay zonas como Tlaxcala y Puebla que, por su cercanía, son transitadas diariamente por las personas.

Tampoco es utópico pensar en un país unido por senderos peatonales (cabe destacar que debe haber al menos uno para atravesar todo el país). Por supuesto, guarda su encanto ir en auto, en carretera, de ahí han surgido obras como En el camino, de Jack Kerouac o el género de películas conocido como Road Movies. Pero los trayectos al estilo del camino de Santiago de Compostela promueven la aventura y, de alguna manera, por ello mismo, la vida.

La covipandemia nos ha mostrado la necesidad de espacios públicos amplios, no es posible permanecer en tanto encierro. En México al menos la mayoría de las casas mantienen cierta amplitud, a diferencia de los minúsculos departamentos franceses, por ejemplo. A pesar de ello, es necesario que el espacio público recupere dimensiones amplias, que en gran medida la urbe descubra como convertirse un poco en bosque. Ello ayudará a superar futuras pandemias y a recuperar nuestra parte nómada (no volver a serlo, únicamente recuperar la pare que nos hace falta).

Caminar será parte de las nuevas formas para conquistar el mundo. 

Benjamín García

fielrocinante@yahoo.com.mx

 

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