Chozas, aldeanos y hobbits


Benjamín García
Desde antaño el ser humano ha requerido un refugio, una cueva donde guarecerse de las inclemencias del tiempo, del ataque de los demás animales; un espacio para entrar en calor y dormir a gusto. 
Aunque, como nos cuenta Henry David Thoreau en su fabuloso Walden o mi vida en las montañas, han existido grupos nómadas que dormían en hoyos o donde se pudiese, en general nos gusta tener un hogar. No existe nada de malo en ello, pero el mundo moderno recluye a las personas, las encarcela en esas horrendas celdas llamadas “departamentos” (da igual que sea un departamento tal cual o una mini choza obtenida con crédito). 
Hogar tiene raíz en fuego, la idea de calentarse y de estar juntos, reunidos para soportar las inclemencias, cabe preguntarse, a la manera del huevo y la gallina, ¿qué fue primero, el fogón o la familia? En todo caso, definitivamente no estamos destinados a pasar la vida en el encierro. Las calzadas públicas deberían ser amplias, llenas de bancas y mesas para sentarnos, ya en grupo, ya en soledad. Los parques deberían ser, al menos uno por barrio, no de bolsillo, verdaderos parques, con alguna división para que los dueños de mascotas puedan pasearlas sin problema alguno.
Parque que no estén cerrados, a los que se pueda ir lo mismo al amanecer que en la madrugada. 
Ahora que la pandemia paró los centros escolares, bien pudieron impartirse las sesiones en estos espacios, pero como son prácticamente inexistentes (uno que otro por aquí y por allá, insuficientes para toda la población).
En mi infancia, en la primaria, nos llevaron al Nevado de Toluca, en el camino pasamos por un páramo donde se hallaban mesas, bancas y asadores (desconozco si aún siguen ahí) dispuestos para cualquier persona que quisiera usarlos. Así imagino algunas partes de la ciudad, donde halla árboles de los cuales se pueda coger un fruto y donde existan sitios para el remanso, el juego y el placer.
Un hogar multidudinario, sí, por supuesto, cada quien con su fogón, con su espacio de soledad y aislamiento, pero con un espacio público real, no parques con horario restringido, sino la colonia, el barrio completo convertido en un parque. En cada lugar debería existir un espacio libre de rascacielos, lleno de árboles, con al menos un lago, con tierra y pantano que sirva de filtro natural para el agua sucia y para capturar parte de la precipitación pluvial.
Hoy en día se usa el término «aldeano» despectivamente, como si se tratase de alguien que vive en mundo antiguo y destruido. En tralidad, podríamos volver a ser aldeanos, ya sin Edad Media, ya sin feudos en constante guerra, más bien, a la manera de los hobitts, como habitantes de una comarca dónde el único anillo por destruir es el de nuestra inquinia y sevicia.

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