Deselegir

En el archiconocido filme, Matrix, el personaje principal se llama Neo. El nombre es elegido con toda intención y traición, nuevo refiere a elegido, a la manera de Jesucristo.
La mayor parte de las películas y series ochenteras abrevan en esta idea del “elegido”, aquel que vendrá a salvarnos del mal sueño, de la catástrofe, del apocalipsis, de nosotros mismos y hasta del comunismo o del capitalismo según sea el temor.
En dibujos animados como el célebre Dragon Ball, hay una idea que combina el Elegido con cierto trabajo en equipo, Gokú no lograría muchas de sus hazañas sin sus diversos amigos, pero al final siempre se trata de él y su dinastía. 
DC y Marvel han creado equipos como La Liga de la Justicia y los X-Men, pero no son sino una manera de diferir el papel de elegido a unos cuantos más.
Quizá por eso le damos tanto peso a las figuras gobernantes, en particular, a la figura presidencial. Visto con frialdad, el presidente de un país está en esa posición por un tiempo y ya, el poder legislativo es más relevante, pero al ser un cuerpo colegiado, no se percibe a un elegido, sino cuando algún legislador resalta y se observa su anhelo de convertirse en el elegido presidencial.
Por eso estamos llenos de mesías, por absurdo que se escuche, Trump representa eso para muchos, y otros tantos gobernantes.
A final de cuentas, el pensamiento mágico sigue inmerso en nuestras estructuras sociopsíquicas. Uno se pregunta por qué gente perfectamente racional sigue a líderes de pacotilla, la respuesta es que nuestra mente, por más racional que sea, sigue trabajando en términos mágicos.
Por otra parte, también resulta cómodo para el ciudadano. Siempre me he preguntado por qué alguien quiere ser elegido como presidente. No es mucho lo que puede construir y sí mucho lo que puede destruir. La mayor parte de las veces recibirá multitudinarias mentadas de madre y pocas veces son reconocidos sus esfuerzos. Sin contar con que, una vez terminado el cargo, se convierte en un apestado. La tentación de ser “el elegido” es muy fuerte, para algunos representa la posibilidad de alcanzar ese pedestal voluble llamado historia. 
En el fondo, toda representación política es un cargo de piñata, la función principal es recibir palos, golpes, quejas, culpas. De esa manera el ciudadano se libra de la responsabilidad: no fui yo quien lo hizo mal, fue el estúpido gobernante. 
A final de cuentas, queramos o no, somos un animal colectivo, lo que pasa en un lado afecta a la totalidad. Más valdría crear nuevos relatos, una mítica distinta, que rompa con la idea de “el elegido” y nos convierta en electores no de una persona, sino de nuestras responsabilidades frente a la vida. 
No se trata de vivir bajo dictaduras duras o blandas, ya dirigidas por imbéciles o genios, tampoco de abandonarnos al ímpetu linchador de la turbamulta, sino de desempolvar a nuestra ya vieja amiga, la razón.
De esa manera ya no esperaremos eternamente al elegido, sino a nuestras propias fuerzas racionales para elegir el sendero. En ello va el reto del nuevo milenio.
Benjamín García

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