abismo en el sol, entrevista con Marcelino Perelló

El cuerno de la abundancia y el vacío cultural de nuestra época, una charla con Marcelino Perelló.

Benjamín García.

"La de ustedes es una generación desabanderada. Pero no todo es su culpa, los (sesenteros) no supimos pasar el testigo (estafeta)", asegura Marcelino Perelló, líder el 68 mexicano, mientras sujeta un cigarro. Explica que la abundancia de "vacas sagradas" —Jean Paúl Sartre, Marshall Mc Luhan, y otros—, construyó un "cuerno de la abundancia" que permitió el estallido cultural y libertario en esa época. El mundo anterior a ese momento, es "un mundo horrorizado ante lo que Goya llamó: El sueño de la razón engendra monstruos”
Marcelino tiene la altura y la corpulencia de un oso. Sus facciones son finas y angulosas, con una nariz alargada y que remata en un gancho picudo. Unos ojos tremendamente luminosos. Le faltan algunas muelas, tal vez recuerdos de las noches en que dormía en un sleeping bag en las calles de París, o de sus correrías por Rumania, país que lo recibió en su exilio después de levantada la huelga estudiantil de 1968, el cuatro de diciembre.
Nos dirigimos a él con el deseo de saber cómo era el mundo de los sesenta y su opinión sobre la época actual.
“El mundo quedó tocado después de la segunda guerra mundial. Toda guerra es terrible y deja cruda, pero ésta posee elementos que van más allá de ella, la convierten en otra cosa: Por un lado el genocidio judío llevado a cabo por los alemanes y, por otro, las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. La gente queda en un pasmo, una parálisis. Esa parálisis durará trece o dieciséis años, hasta el cincuenta y siete”, dilucida.
Y los sesenta, ¿qué han representado para ti?
“He llamado a los sesenta el canto del cisne de la revolución. Según la leyenda el cisne sólo canta cuando muere. Sesenta representan la muerte de la revolución y, al mismo tiempo, su momento más bello. Es un gran error este efecto reduccionista que quiere concentrar todo en el sesenta y ocho. Y más aún, en México se quiere concentrar todo en Tlatelolco. No se trata de lo que pasó una noche en una plaza sino de lo que pasó en una década en el mundo”, explica. Para él se trata de una década de catorce años. El inicio de esa arbitrariedad matemática la fija en enero de 1959, cuando entran las tropas del movimiento Veintiséis de julio a La Habana; y la cierra el once de septiembre de 1973, cuando se produce el golpe de estado en Chile.
“Esta década sólo tiene un antecedente en la historia: los años cuarenta del siglo XIX. El movimiento del cuarenta y ocho en Europa será derrotado, como el sesenta y ocho en el mundo. Pero tres décadas después todas las demandas, las reivindicaciones, se van imponiendo una tras otra, por encima de la derrota. Así, Francia se hará republicana para siempre, Alemania se convertirá en el estado más federal y descentralizado del mundo, el movimiento sindical italiano conocerá un auge incomparable, en Rumania los estados balcánicos se independizan. Pero esta efervescencia no volverá a producirse hasta ciento veinte años después”.
Narra que en los sesenta se vivía en un mundo blanco y negro, en una sociedad sepia, triste y sombría; lo que Helen Keller llamó la generación existencialista: “Sartre y Kierkeegard como estandartes de esa grisura, de ese pasmo y cruda. Lo que no quiere decir que no hubiera mentes brillantes como el propio Sartre. De pronto algo sucede, y la generación sesentera se sacude la cruda, la culpa, sobre todo. Ya no se considera responsable de ocurrido e irrumpe el color. “Esa irrupción del color no es sólo metafórica. En mi infancia todos los teléfonos eran negros, las sábanas blancas, la televisión blanco y negro y la ropa interior masculina era blanca a huevo. La primera vez que vi a un hombre en calzoncillos rojos, creí que era puto. Después resultó que la ropa interior a colores se hizo tradicional. Irrumpe no sólo en la ropa o en los tenis, teléfonos y sábanas; sino también en las conciencias”.
El eje de todo de la movilización política, indica, es la guerra de Vietnam y la solidaridad que se genera tanto de estudiantes como de intelectuales con los vietnamitas. Las manifestaciones de apoyo se producen en todo el mundo. “Las manifestaciones eran muy parecidas. En México hicimos muchas, en el sesenta y ocho mismo. Los retratos y los gritos de "Ho, Ho, Ho Chi Min, Ho, Ho, Ho Chi Min", o de "Ché, Ché, Ché Guevara, Ché, Ché, Ché Guevara", eran infartantes. Y junto a esto el movimiento de liberación mundial: Douglas Bravo en Venezuela, Marygella en Brasil, los tupamaros y Lucio Blanco en Perú, Tirofijo en Colombia; incluso en México. El primer hecho guerrillero en México fue el asalto al Cuartel Madera, en que mueren: el profesor Arturo Gámiz y otros; maestros rurales casi todos. Después surge la guerrilla guerrerense: Lucio Cabañas y Genaro Vásquez”, razona el fundador del Cine Club de la Facultad de Ciencias.
“Y también estaba la descolonización de África, eran puras colonias. Creo que había dos estados independientes: Egipto, que entonces se llamaba República Árabe Unida, y la República Sudafricana. Luego sale Kenia, Congo y Argelia. Y el movimiento de liberación negra, tanto el pacifista de Martin Luther King como el agresivo delos Panteras Negras. Pero junto a esta movilización hay un movimiento cultural que va de la mano: pensadores, filósofos, sociólogos. Es el momento de los grandes pensadores del siglo veinte: Jaques Lacan, Jean Piaget, Jean Paul Sartre, Marshall McLuhan, Rigth Mills. A eso lo he llamado una cornucopia, el cuerno de la abundancia”.
Perelló encuentra que en el terreno del arte pasaba lo mismo, estaba el cine italiano con Viscontti, Passolini, Fellini, Bertolucci y Monticelli; la nueva ola francesa, Jean Luc Godard, el free cinema inglés con Tony Richardson, Stanley Kubrick. En la música es el bossa nova brasileño, el jazz gringo “que deja de ser lacrimoso”. Y el plano literario mundial “está engarzado con el boom de la literatura latinoamericana moderna: García Márquez, Vargas Llosa, y, sobre todo, Fernando del Paso”.
Mientras el hoy profesor de la Facultad de Ciencias en la UNAM empuña un cigarro sin encender, le recordamos que ha dicho anteriormente que su generación se sentía a un paso de la revolución social, por lo que cuestionamos: ¿Cuál fue el error?
“No creo que haya habido un error sino que las cosas pasaron como tenían que pasar. Lo bailado ya ni quién lo quite. No había de otra porque el movimiento sesentero representa no sólo un enfrentamiento con el sistema, sino también con las estructuras tradicionales y burocráticas que pretendían encabezar la revolución en el mundo: Los partidos comunistas y los sindicatos. En Francia el Partido Comunista se pronunció abiertamente en contra del movimiento estudiantil. El secretario general George Marshé llegó a declarar cosas como que los estudiantes eran un grupúsculo. Tres días después se organiza una manifestación, la mayor que se recuerda en París. Había un millón de personas que llevaban una sola manta con el lema: "Sólo somos un grupúsculo". Marshé manifiesta que no estaba dispuesto a tolerar en Francia un movimiento dirigido por un judío alemán, refiriéndose a Daniel Cohn Benditt. Se hace otra manifestación y la manta dice: "Todos somos judíos alemanes".
“En México el enfrentamiento fue más suave. El Partido Comunista Mexicano no condenó ni anatemizó al movimiento, pero quedó marginado de él. Ellos insistían, desde agosto de 1968, en que debíamos levantar la huelga, nos advertían que se estaba yendo derechito al abismo: "Hay que levantar el movimiento cuando está en pleno vigor y no esperarse a que les partan la madre". Nosotros nos negamos terminantemente. La historia parece haberles dado la razón. Pero en términos históricos, los que tuvimos razón fuimos nosotros, porque le dimos sentido a toda la movilización, aunque haya sido un sentido trágico”, afirma y suelta una bocanada de humo y vuelve a llenar su garganta antes de proseguir.
“Después de 1973 todo fue cuesta abajo. Primero salió la onda del eurocomunismo a la que se adhieren partidos incluso que no son europeos, como el mexicano o el dominicano. Pero el eurocomunismo no sólo no fue la pretendida medicina, sino que acabó de agravar las cosas, porque disolvió el rigor, la firmeza de la lucha de los comunistas. Los metió en esta trayectoria de la democracia, que nos hizo jugar en el terreno contrario, porque la democracia es el terreno de la burguesía, de las cadenas de televisión. La última vez que unas elecciones fueron ganadas contra el poder fue en Argelia, en 1996. Pero ahí estuvo el poder para corregir”.
Polémico y crítico, Marcelino juega con un conjunto de triángulos con los que se tiene que armar una pequeña pirámide. Se queda un tanto absorto, acto seguido nos da su reflexión sobre la época actual, en la que considera pueden jugar un papel central los sucesos del once de septiembre de 2001: “Los Estados Unidos son un país fundamentalista en el plano religioso, político y económico. Fundamentalismo que ocultan tras el término globalización. Este término encierra una enorme trampa, porque no sólo no hay globalización, sino que hay una centralización del poder como nunca antes. Cuando hablamos de globalización lo que queremos decir exactamente es la concentración del poder en los Estados Unidos, del poder económico, político y cultural.
Y en este sentido, después de los sesenta, las décadas que siguieron, ¿pueden considerarse décadas perdidas?
“No necesariamente. No toda década corresponde a una generación. Cuando hablamos de generaciones no lo decimos en el sentido estrictamente cronológico, sino en el sentido cultural e ideológico, y a pesar de que hay una evolución continua de pensamiento individual y social, hay momentos donde esa evolución lleva a grumos, se acumulan, se concentran, se acentúan. Eso pasó en los sesenta. Los años posteriores se caracterizan por un proceso de desestructuración; por un lado en el terreno cultural, y por otro la disolución definitiva del efecto de transformación revolucionaria del mundo”, responde.
Para el esto llevó a que las soluciones colectivas fueran sustituidas por soluciones individuales, entonces el pensamiento pierde su carga subversiva, “no tanto porque ya no haya tesis subversivas, sino porque perdieron audiencia e imaginación”.El discurso revolucionario actual, “o es muy alambicado, complejo y barroco, o se ha refugiado en el dominio de la filosofía y en cierto ascetismo intelectual; o bien es montaraz, primitivo, un discurso armado a base de eslóganes, de viejas consignas ajadas. No se ha logrado, aunque se ha intentado, construir un discurso renovador del viejo texto revolucionario”.
En el plano cultural encuentra que después de la cornucopia sementera, el panorama se vuelve de colores pastel, “como si las artes clásicas hubieran dado ya todo de sí. Es lo que sucede en pintura, literatura y música, donde se retoman viejas formas y se recrean en numerosas variaciones pero sin un impacto cultural importante. El caso de la música es particularmente ejemplar; en la elevada música culta, la evolución parece haberse detenido en los sesenta con los últimos intentos de compositores como Shenakis, Perio, Weber. Ahí se quedó y lo hecho después es muy elitista y tiene algo de la extravagancia. En la música popular ha sucedido algo semejante. El fenómeno del rock, por ejemplo, es altamente desmoralizante, por más de un motivo, porque son residuos del movimiento vivo de los sesenta a los que se les añade o se les combina con otras formas musicales también anteriores: jazz, blues o música sinfónica, sin que haya realmente algo creativo, original, de vanguardia; o sea, no hay arte si no es de vanguardia. Y la novela y la poesía también están empantanadas”.
Todo ello refleja la ausencia de las vacas sagradas, de la cornucopia, tanto en el pensamiento como en el arte. “Son ustedes una generación sin figuras totémicas. Los pensadores de los sesenta han fallecido prácticamente todos, y los nombres que quedan no alcanzan el estatus mítico que tuvieron. Hay un hueco, un vacío y una cierta desmoralización. Ustedes son una juventud harto desmoralizada, que en muchos casos cobra la forma de presión. Sabemos que hay una neurosis colectiva de la que también forma parte mi generación, pero como que las neurosis son distintas. Mi generación fue más bien histérica y medio obsesivo compulsiva. Ustedes son más bien depresivos”.
Esta reflexión la conecta con la idea de la sociedad el miedo. “Erich Fromm dijo eso, que vivimos en una sociedad dominada por el miedo. Yo no sé si en alguna de las civilizaciones antiguas existió el dios del miedo, pero si no existió, deberíamos inventarlo, porque a su culto se entregan grandes contingentes. Le tenemos miedo a todo, a la guerra, a la paz, a la muerte, a la vida, a los temblores, a los huracanes, a las abejas africanas, al sida, y miedo al miedo. Fromm llama a este miedo, a este espíritu de protección: necrofilia, amor a la muerte. Porque en nombre de la vida, lo que hacen es morirse. Los gringos son los portadores de esta carga de miedo, le tienen miedo a todo. No pueden comer sal, azúcar, grasa, ni chupar, fumar o tomar el sol porque hace daño. Llegan a una puta situación en que se pasan viendo videos encerrados en su casa. De la casa a la oficina y de la oficina a la casa”.
Perelló culmina dejando dos puntos para la reflexión: menciona que somos también una sociedad del eufemismo y de lo desechable.
“Hay que ir con los eufemismos siempre: no le puedes decir a alguien que es negro sino que es africanoamericano, ya no puedes decir los enanitos de Blancanieves sino los compañeros deficientes en estatura, no voy a decir inválido, no qué pasó cabrón, discapacitado o minusválido, mamadas ¿no? El pinche pueblo de los eufemismos. Cuando yo era niño, México era un país jodido, un país pobre y eso era muy cabrón decirlo, entonces vamos a decirle subdesarrollado, luego subdesarrollado también fue feo y se le dijo en vías de desarrollo, luego en vías de desarrollo también era muy feo entonces se llamó de tercer mundo, ahora tercer mundo ya también suena feo por tanto actualmente somos países emergentes ¿Emergentes de dónde y hacia dónde o cómo está el pedo?”
El líder del movimiento estudiantil del 68 enciende el último de sus cigarros y dice: “Es una sociedad de lo desechable, desde los encendedores hasta los grupos de música y los pensadores, se crea una sensación de vacío no hay nada más desechable que está chingadera (el encendedor que tiene en su mano) porque están en todas partes y están siempre; en lo desechable hay una idea de permanencia, o sea, el encendedor se va a la basura pero sale otro igualito y entonces hay una trampa en eso de las modas, la desechabilidad y la actualidad porque finalmente lo que permanece es la frivolidad y la superficialidad, la sensación de estacionarse en una falta de sentido, en una intranscendencia permanente, profunda, contundente”.

Comentarios

Juan de Lobos ha dicho que…
Mi estimado Maese Benjamín, es maravilloso encontrar esta entrevista, conozco a ambos, el sonsonete chabacano de Marcelino y tu búsqueda incansable. Tiene razón y mucho, pero en sus palabras de reflexión (me siento reflejado) me muestran un rostro distinto a lo que seré de hoy en adelante. Un abrazo y un aullido a ambos.
Rogelio Pineda Rojas ha dicho que…
Hola Benja, está muy buena la autoentrevista de Perelló. Sabes, lo que me enfada un poco es que no hay propuesta, no hace ningún comentario que no haya tratado ya Lipovetsky o Coupland, sólo es quejarse de lo que supuestamente esta generación no ha hecho (por cierto, queda muy vago a qué generación se refiere: a la de los 70, 80, 90, del Crack, posmodernista de la desesperación, ¿a cual?) y justifica el fracaso de la SUYA con NUESTRA supuesta apatía, usando un discurso que hemos escuchado una y otra vez, ¡una y otra vez!, de los "sesenteros" en los últimos años: "nuestra cultura fue mejor, nuestra música fue mejor, nuestro cine fue mejor, nuestra literatura y pensadores fueron mejor"... Craso error y autocomplaciente comparación. Lo único que logran al hablar así estos "próceres revolucionarios" es que nos demos cuenta de su nimio conocimiento del entorno actual (Harold Bloom, en la crítica literaria, Cristopher Boe, en el cine, Sigur Ros, en la música, David Nebreda, en la fotografía, etc. podrían alzar la mano y hablar con solvencia sobre vanguardia, arte y evolución) y que no saben hacer otra cosa que regodearse en el anacrónico pensamiento que les ha dado fama y que hoy les da de comer. Ni hablar, no tengo nada contra Perelló, Mao, Sandino o como quiera llamarse, simplemente creo que este mundo sería mejor si en lugar de marcar fronteras generacionales aprovecháramos lo bueno de toda época para crear verdaderas revoluciones en nuestras casas, en nuestros empleos, en nuestra cabecita tierna (le hubieras preguntado su opinión sobre los alcances de Internet y el empleo que le dan grupos contestatarios de todo el orbe) en vez de continuar jactándose de los mismos fantasmas ideológicos. Te mando un saludo.

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