Paraíso

Paraíso 


Benjamín García 


La cultura es un sistema simbólico, por tanto semiótico y mítico.

No es que todo sea mítico, sino que todo se halla enfrascado en la cultura.

Observar un discurso requiere no sospechar de él, sino convivir con su sistema cultural y el nuestro.

Por ejemplo, tenemos una 

Imagen del universo en contraccion y expansion constantes. La ciencia nos da razones concretas para pensar que eso es así, pero una vez que dicha teoría es puesta en circulación en el "mercado" simbólico, se convierte en una narrativa mítica, perteneciente al ciudadano común (ciudadano del mundo): hubo una vez un universo que comenzó con...

Cada objeto, físico y eidético se convierte en una herencia tópica, es un signo que usamos tal como usamos las prendas, y tambén conjuntos de actividades como la agricultura, la caza, la música, la arquitectura.

Un discurso siempre se genera en un marco cultural del cual debemos rastrear su génesis para poder leerlo (entiendo por leer una interacción con el texto más allá de la mera lectura mecánica).

Desde ahí se puede observar el fenómeno electoral - democrático. Se trata de una narrativa mítica: dos adversarios se enfrentan (no importa que se trate de 10 candidatos), según nuestra preferencia uno es el héroe que va a luchar contra los otros, las hordas del mal.

Si lucha contra el mal, el héroe no puede ser malo, debe ser bueno, muy bueno. Esa operación mítica convierte sus defectos en beneficios, si es testarudo, se vuelve tenaz; si evade cuestionamientos, es prudente; si toma malas decisiones, era necesario el sacrificio.

Cualquier movimiento social tiende a ser observado desde esta narrativa. 

En literatura, hace tiempo que se sabe que no hay buenos y malos tal como somos las personas, disímbolas, complejas, complicadas y diversas en nuestras propia unicidad. 

Algunas de las series norteamericanas modernas han hecho eco de esta actitud narrativa: Game of thrones, Braking Bad, M. D. House, etcétera. Pocas en realidad. 

En la narrativa política es muy difícil salir de estos marcos de relato. La democracia aunque etimológicamente supone el gobierno de todos, en la práctica no sólo es el gobierno de una casta (aunque esta se conforme por miles), sobre todo, entroniza la figura del "presidente". En el imaginario popular un presidente tiene el poder de llevar a un país a la ruina o al éxito en un sexenio, es un tipo que una vez ungido con la banda presidencial es todopoderoso, ya sea visto bien o mal. Si se ve mal su actuación, es un súper villano que está detrás de todos los problemas habidos y por haber. 

En México, por ejemplo, el poder más alto se halla en el Congreso, compuesto por senadores y diputados, sin embargo, se da una importancia mayúscula al presidente en turno. 

Eso nos lleva a una pregunta, ¿es posible crear una narrativa política sin líderes o que no se centre en una sola figura?, ¿es posible una narrativa política sin maniqueísmos? 

Para lograrla es requisito renunciar al culto al líder (no al liderazgo, sólo al culto), a su vez, esto requiere traer al presente la olvidada actancia del programa: Érase una vez un programa que enunciaba los objetivos de un tropel de gnomos dispuestos a alcanzar la libertad.

Es decir, para romper con la narrativa del presidente súper poderoso, del gran tlatoani, necesitamos observar las plataformas, los proyectos. 

Si queremos enfrentar a un sistema,  no basta con un sumario de quejas o de buenos deseos, sino con la narrativa de un proyecto, la historieta de un grupo social que se dirige a su propio paraíso.

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