las categorías desechables

Las categorías desechables


Benjamín García 


Algunas palabras son verdaderas categorías que inciden en la acción política. A finales de los 90, en la Huelga de la UNAM, los "ultras" eran los participantes que proponían entregar la universidad al pueblo: sin autoridades, sólo para obreros y campesinos, en una especie de caricatura emulatoria de un gobierno proletario.

Nuestro movimiento había comenzado contra la imposición de cuotas, exigíamos gratuidad de la universidad. Aunque algunos simpatizábamos con la lucha libertaria revolucionaria, llamábamos a la cordura a aquellos compañeros con una simple exigencia: «Compañeros, no nos hagamos chaquetas (forma popular de llamar a la masturbación) mentales». 

A la «chaqueta» también se le conocía como la «chaira», cuando un amigo se notaba muy loco o muy fuera de la realidad, solíamos decirle: «Estás todo chaqueto» o «estás todo chairo».

Pronto el término "chairo" se utilizó para referirse a aquellos que intentaban hablar de revolución socialista a la más mínima provocación, sin anclar su propuesta a un panorama real.

Era un término aplicado tanto por comunistas como por social demócratas (izquierda electoral) a quienes carecían de consistencia teórica y práctica. Más o menos lo que Lenin llamó "infantilismo" de izquierda.

En aquella época fue una categoría muy útil, permitía distinguir, al interior de un movimiento, entre las propuestas serias y las meras baladronadas. 

Más tarde el concepto de volvió masivo y, como todo lo masivo, me temo, perdió filo. Chairo ya no era aquel cuyo fin era extraer la revolución de un pleito entre torteros o taxistas, sino cierta izquierda; luego toda la izquierda, al grado tal que ahora las personas se autoasumen muy orondas: «Yo soy chairo».

El acabose vino con el término "derechairo"; si chairo ya denomina a toda la izquierda y ya nadie sabe bien qué es eso de izquierda; derechairo refiere a toda la derecha, que también se ha desdibujado y ya no es un actor específico.

De tal suerte que las dos categorías carecen de valor analítico, son ya meros adjetivos al servicio del mejor postor, carentes ya de impacto alguno sobre el ingenio y la feliz propuesta.

Propongo, por tanto, abandonarlos y acuñar otros que den cuenta de un verdadero análisis.

A aquellos que no proponen la libertad, que solamente cambian matices del mismo sistema, yo los llamo sicarios de la ilusión; son quienes construyen idearios políticos impracticables o que al final fortalecen al sistema. Por ejemplo, las becas para los pobres, aunque bien pueden soliviantar la situación de algunas personas, en realidad es una manera de dejarlas como están, en el ejército de reserva al servicio del dinero y del poder. 

Aunque hoy en día escuchamos interminables lamentos en contra del neoliberalismo, en gran medida se podría decir que está muerto o, en el mejor de los casos, es una entelequia, ningún estado está dispuesto a desaparecer de la organización económica, tan sólo hay quienes buscan un estado más fortalecido y quienes lo buscan más flexible.

Los sicarios de la ilusión suelen ser nostálgicos hipertrofiados, sueñan con un capitalismo que fue muy bueno o con uno que podría serlo, según sus fantasías.

Los sicarios de la ilusión creen en las fantasías binarias: político bueno - político malo (a su ves se puede divide en político que trabaja - político flojo, etcétera). 

Los sicarios de la ilusión buscan el poder y no la repartición o la destrucción del mismo. 

El hombre libre romperá con estas narrativas binarias para situarse en el asalto al horizonte.

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