Genki-dama soberana

Cuando explico a mis alumnos el tema de la soberanía popular y la representatividad, utilizo una analogía como la famosa Genki-dama, un poder especial al que recurre frecuentemente Gokú, el personaje de Dragon Ball. La soberanía dimana del pueblo, pero al no poder ejercerla todo el tiempo, la cede o traspasa al representante para que actúe en su nombre. Gokú, cuando requiere derrotar a un personaje más fuerte, pide a todas las personas que le manden su Ki” (energía) para que el concentré todas esas aportaciones y las emplee con el objetivo de derrotar al villano.

Así, resulta idílico, yo te doy mi parte de soberanía y tú me representas. Lo que hemos visto a lo largo de la última centuria es el afianzamiento de la democracia como forma de gobierno y sus múltiples desastres. Uno de los principales problemas es que hemos entendido la representatividad como un concurso de popularidad, los presidentes, ante sus fallas, alegan que tienen mucha popularidad, como si se tratase de un debate de pasillo en la secundaria o en la preparatoria, lo peor no es que ellos se basen en dicha popularidad, sino que los ciudadanos pelean a muerte por esa popularidad: mi candidato es el mejor porque lo apoyamos muchos (típica falacia ad populum, por otro lado).

Ese mismo fenómeno causa efectos colaterales, poca gente conoce a sus demás representantes, menos aún, sabe qué funciones tienen. Durante los 90 y primeros años del milenio se habló de la sociedad civil, un intento de participación ciudadana que más bien se convirtió en una entelequia y en una suerte de “buena acción” por parte de las clases medias.

Hay muchos ejemplos, ya viejos, que muestran conocimiento de estas debilidades, por ejemplo, en los Adams, serie de los 60, Homero (Gómez) se postula para alcalde de su ciudad, tanto Morticia como una máquina que consigue para recibir asesoría, le aconsejan mentir, decir lo que la gente quiere escuchar.

Los episodios I, II y III de la saga de Star Wars muestran cómo el senador Palpatine utiliza la democracia para construir su imperio, un poco lo que vemos con los gobiernos contemporáneos.

En Malcolm el de en medio, el personaje de Dewey se queja amargamente de que: “la democracia es un fracaso porque, aceptémoslo, las personas son idiotas”.

¿Será que la gente es idiota o la misma estructura nos lleva a actuar como tales?

Si la soberanía dimana del pueblo, debería permanecer en él, ¿cómo? Justo el reto radica en lograr mecanismos de participación que vayan más allá de meras consultas. En México, el entonces IFE (ahora INE, quizá después ITE, ILE, ISE…, esa estulta necesidad de renombrar todo), usó el método de insaculación, del total de ciudadanos registrados, se lleva a cabo un sorteo, de ahí se llama a las personas para participar como vigilantes durante las elecciones.

Se trata de un método que nos legaron los antiguos griegos, bien podría ser utilizado, pero no tanto para suplir elecciones, sino enfocado en hacer que todos los ciudadanos sean propensos a participar de la vida pública. De tal suerte que cualquier persona, según los requisitos que se estipulen, pueda convertirse en un legislador, en un cabildo, en un alcalde, etcétera. Podría tener un pago, pero no como se hace ahora, sino mantener el cargo y salario de su trabajo, por ejemplo, si es un oficinista, la empresa seguirá pagándole y le guardará su sitio para cuando termine su mandato. Se podría hacer en periodos de dos o tres años, una vez que se haya participado de un cargo, no se podría volver a ocupar ese mismo, pero sí algún otro si su nombre sale sorteado.

En general, se podrían utilizar procedimientos matemáticos para llevar a cabo la selección de ciudadanos a cargos públicos. También, sería necesario reforzar la municipalidad, pues, en origen, la idea de crear municipios es que la comunidad se conozca entre sí y pueda participar de la solución de problemas en su entorno.

Si bien es cierto que nos definen nuestras emociones, debemos abandonar los concursos de popularidad, dar paso a formas racionales que lejos de negar el festín emotivo, construyan afluentes adecuados para la vida comunitaria. 

Benjamín García

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