Entre dioses y masturbaciones electorales

El segundo punto de los Sentimientos de la Nación, del prócer José María Morelos y Pavón es que la Religión Católica sea la única, «sin tolerancia de otra». Es algo que debe leerse en la clave del momento histórico, tanto él como el cura Hidalgo fueron excomulgados, acusados de herejes. Reivindicar la religión católica era una manera de librarse de esas injurias.

Cuando Juárez y los reformistas luchan por un estado laico, no lo hacen en contra de ninguna religión, aunque obviamente la católica resultaba muy afectada por ser la mayoritaria, buscaban separar a la iglesia del Estado, entre varias razones, también para permitir la tolerancia, que cada quien pueda profesar la religión que prefiera o, incluso, no hacerlo. ¿Es posible?

Recién vi el filme Yes, God, yes. Una joven adolescente se asoma a la vida sexual en un entorno católico recalcitrante. En un retiro, descubre la hipocresía, la doble moral, la infamia. La historia se sitúa a finales de los años 90 y principios del milenio. Uno pensaría que con la apertura sexual estos temas están lejos de nosotros, nada más falso, el conservadurismo campea en todos los sectores, aparece a la menor provocación.

Aunque pareciera que vivimos en una época muy abierta, desenfrenada, inclusive, la realidad es que la sexualidad sigue siendo un tema tabú, cuando no se le trastoca en un tema churrigueresco y tergiversado. Y en ello, el pensamiento mágico tiene mucho que ver.

En alguna novela futurista se observa que el mundo se ha vuelto monoreligioso, ya todos son budistas. Es una perspectiva interesante, sin embargo, el problema no radica ahí, sino en la intención de convertirse en la fe verdadera. Es difícil que una persona creyente acepte la posibilidad de que su dios no exista, de que no sea el único, el verdadero. Morelos y compañía requerían mostrarse como férreos defensores del catolicismo para ganar el favor de la gente. Juárez y compañía separaron a la iglesia del poder formal. A pesar de ello, el poder de las religiones y el pensamiento mágico sigue vigente.

Y quienes no profesan religión alguna, a veces terminan por profesarla de manera secular, a través de la idolatría a un personaje, a un partido.

Se dice que el barroco llenó todo de adornos ante el horror al vacío provocado por el Renacimiento. Si ya no puedo explicar todo a través de la religión, adviene un temor, un desconcierto que busca ser ocultado o llenado con lo que sea que permita construir sentido.

En gran medida el pensamiento mágico se constituye en una forma de organizar la vida, el universo y la existencia en general. Nos cuesta mucho trabajo saber que no hay un sentido primigenio, inmanente y trascendente. A tal grado que a veces preferimos la represión, la mentira, la doble o triple moral a la única verdadera misión: la de uno en la aventura del existir.

Una de las fallas de la democracia es que, aunque en principio parece una forma racional de organización: la mayoría decide, en realidad se unge al elegido. Los presidentes suelen ser vistos, o bien como demonios absolutos, o bien como redentores mesiánicos. Verlos así es una manera de alejar el sinsentido: si los asuntos van bien, así lo consiguió el líder; si los asuntos van mal, es culpa del líder. De ahí, varias combinaciones, si no podemos aceptar que el líder se equivocó, entonces es culpa (concepto cristiano, según Nietzche) de quienes se oponen a él.

Ahora bien, que no haya sentido no implica vivir en el sinsentido, en realidad, es la oportunidad de construir el sentido, no si lo dejamos a cargo de figuras mesiánicas, sino al buscarlo con nuestra acción, individual cuando se trata de nuestros asuntos, social, cuando se trata de lo colectivo. De ahí la importancia de romper con liderazgos fantásticos para construir liderazgos ciudadanos, colectivos, en equipo, unos que no nos disuelvan en la torpeza de la masa y tampoco nos engañen con la fantasía del individuo a raja tabla. 

Benjamín García

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