Mr. Satan

No es que las figuras gobernantes hoy en día sean vacuas, pero hasta cierto punto son figuras de cartón, colocadas ahí para recibir el pastelazo, el amor o el odio más acendrado.

He ahí uno de los retos del tercer milenio, o logramos vivir sin ese uso de tales figuras o la vuelta de los dioses arrasará con nosotros.

Hay una figura ejemplar en la serie de Dragon Ball: Mr. Satan, un campeón de artes marciales, de hecho, no carece de habilidades para el combate, no es completamente un inútil o un idiota, aunque solemos pensar que los gobernantes son tarambanas absolutos, en realidad no podían llegar a esos puestos sin algún talento y alguna destreza. Mr. Satán no es un imbécil por sí mismo, pero sí lo es cuando está junto a los dioses. En la serie, son otros los personajes quienes se encargan de salvar al universo, Mr. Satán se queda con el crédito, la gente piensa que él realmente es un tipo superpoderoso, el campeón del mundo, capaz de vencer a los alienígenas más conspicuos.

El problema no está en Mr. Satán, es muy hábil para quedarse con la fama y la fortuna, y a los superguerreros les resulta conveniente que lo haga. El problema entonces se halla del lado de los seguidores de Mr. Satán, más que ser vilmente engañados, se hallan dispuestos a creer porque desean ser engañados.

Resulta curioso que los ciudadanos hemos demostrado una gran capacidad para creer en las teorías de la conspiración, algunas de plano absurdas, pero al menos con el mérito de llevarnos a sospechar. Pero, al mismo tiempo, somos capaces de creer que un presidente o un luchador social son capaces de enfrentar a las negras fuerzas del mal, llevados por su pura volición.

Quizá tememos ver a Mr. Satán en su verdadera dimensión, por eso la democracia ha triunfado, porque en cada sexenio somos decepcionados y en cada sexenio vivimos la oportunidad de recuperar la ilusión. Los Krustys, mis enemigos políticos en el lejano año de 1999, tenían una frase para el partido supuestamente rebelde del momento: «Ninguna ilusión en el PRD», bien podría trastocarse en: «Ninguna ilusión en Mr. Satán».

Haríamos bien en distinguir entre anhelo e ilusión, a quien anhela lo llamamos anhelante; a quien se ilusiona, iluso. No se trata de no anhelar, de perder nuestras utopías, sino de no ser ilusos. Mr. Satán, como el rey de aquel cuento, siempre ha ido desnudo, él lo sabe, ¿y nosotros?

Ben Garmín

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