Demodaimon

 

Ben Gar

Hay de dos: o la democracia es un engaño o lo es lo que entendemos por ella. El sistema de votación es básicamente un concurso de popularidad, la gente no suele votar por plataformas, sino por lemas y carismas.

Paul Lazarsfeld, uno de los teóricos de los procesos democráticos modernos, halló en sus estudios que la gente vota de acuerdo a su nivel socioeconómico en influenciado por la opinión de líderes locales que pasan por parientes y amigos.

Eso, bien utilizado, no resulta tan malo. En México, por ejemplo, el concepto de municipio se liga al de comunidad, en su origen, se buscaba que el municipio fuera la base de toda la federación, de tal suerte que los colonos de un sitio se conocieran entre sí, conocieran sus problemáticas y necesidades y pudieran usar a sus representantes para llevar a buen cabo las soluciones pertinentes. En la actualidad, los municipios son urbes densas, los políticos se acuerdan de los colonos cada que se acerca un periodo electoral y luego, incluso si son bienintencionados, suelen alejarse de la vida cotidiana.

La única manera de involucrar a la ciudadanía en la administración política es verdaderamente involucrarlos, Perogrullo dixit, o sea, el voto por sí mismo no genera eso si nada más se trata de elegir entre uno u otro representante, en realidad se requiere centrar la atención en proyectos, en plataformas.

Los cuerpos colegiados de especialistas de alguna área suelen ayudar mucho, sobre todo si no se cierran sobre sí mismos y se preocupan en llevar la discusión de los temas a los demás ciudadanos. He ahí parte del reto para una nueva vida ciudadana, ¿quién decide?, ¿cómo?

La idea de la representación ha quedado desgastada y vulnerada por la super nova de estupidez que permea en el mundo político. Requerimos imaginar el mundo de maneras distintas, con otros mecanismos, los actuales ya se volvieron obsoletos y los arrastramos como si se tratase de una condena.

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