Henry Miller, un hombre enamorado, abismo en el sol

Miller: un hombre enamorado

Benjamín García



Henry Miller es un amante. Así lo demuestra en su obra generada a partir de su propia biografía y de su encuentro con June Mansfield, inmortalizada como Mona en la Trilogía rosada (Sexus, Plexus, Nexus) y los Trópicos (de Cáncer y de Capricornio): “Me decía una y otra vez que, si un hombre, un hombre sincero y desesperado como yo, ama a una mujer con todo su corazón, si está dispuesto a cortarse las orejas y enviárselas por correo, si es capaz de sacarse la sangre del corazón y volcarla en el papel, saturar a esa mujer con su necesidad y anhelo, asediarla eternamente, no puede ser que ella lo rechace. El hombre más feo, más débil, el hombre más indigno, ha de triunfar por fuerza, si está dispuesto a dar hasta la última gota de su sangre. Ninguna mujer puede rechazar el don del amor absoluto”. (P. 12 Sexus)
Para el muchacho de Brooklin no hay medias tintas, la vida debe asumirse, darse en y con ella. El amor sólo puede ser algo similar. Y aunque el amor es deseo no se agota ahí. El escritor recorre las calles de los Estados Unidos, de Francia y otros lugres del mundo encontrando un caudal de sexo. Cabe destacar que Miller no corre desesperadamente hacia el sexo, éste se presenta y él lo toma como quien coge una manzana del frutero.
Para él rendirse absoluta e incondicionalmente a la mujer que se ama es romper todas las ataduras; salvo el deseo de no perderla que es la más terrible de todas.
Amar es una constante contradicción que lo mismo genera libertad que posesión, el autor lo sabe. A cada momento vivió bajo el acecho de la perdida. Mona, una mujer inatrapable, enigmática, en alguna obra aclara que la llamó Mona en sus libros por representar a “la única”. Es de suponer que por la misma razón se refiere constantemente a Una Gifford, una chia que lo deja prendado en su temprana juventud y a quien no fue capaz de confesarle su ardoroso amor. Más tarde el sospecharía que ella sólo esperaba una palabra para irse con él, le faltó valor.
El amor verdadero implica una profunda transformación en la persona: “Nada va a cambiar, excepto yo mismo.” P. 10 Sexus.
El amor, un amor que se abre a la aceptación de la vida, un amor que no acaba con los temores sino con el enfoque hacia la vida. Mona-June representa para Henry el abandono de toda su vida anterior para renacer en el disfraz de un escritor. El cuenta así ese momento:
De repente, la siento llegar. Vuelvo la cabeza. Sí, ahí viene de frente, con las alas despegadas y los ojos brillantes. Ahora veo por primera vez qué tipo tiene. Avanza como un ave, un ave humana envuelta en una gran piel suave. El motor va a todo vapor: siento ganas de gritar, de dar un bocinazo que haga aguzar el oído al mundo entero. ¡Qué manera de nadar! No es una manera de nadar, sino de deslizarse. Alta, majestuosa, llenita, dueña de sí misma, corta el humo y el jazz y el resplandor de la luz roja como la reina madre de todas las lúbricas putas de Babilonia. (…)
Es el momento del éxtasis y el detonante de los relatos de Henry Miller, pues sin Mona, Miller habría permanecido extraviado:
Se puede esperar toda una vida por un momento así. La mujer que esperabas conocer está ahora sentada frente a ti, y habla y tiene el mismo aspecto que la persona con quien soñabas. Pero lo más extraño de todo es que nunca antes te habías dado cuenta de que habías soñado con ella. Todo tu pasado es como haber estado durmiendo durante mucho tiempo y no lo habrías recordado, si no hubieras soñado. Y también el sueño podría haber quedado olvidado, si no hubiese habido memoria, pero el recuerdo está ahí, en la sangre, y la sangre es como un océano en que todo se ve arrastrado, salvo lo que es nuevo y más sustancial incluso que la vida: LA REALIDAD.. (p. 324-325 Trópico de Capricornio)
En la obra Mona es vista como un ser angélico, se presenta como la salvación ante la vida para Miller. Al conocerla ella le propone abandonar la compañía de telégrafos donde trabaja para dedicarse sólo a escribir. Él no sólo abandona su trabajo, se separa también de su primera esposa.
El odio que llega a concebir Miller por esa primera esposa es tremendo y a la vez explicable. Hay un momento en que Mona está enferma, Maude y Miller ya están separados, hacen el amor, una vecina llega y se forma un menage a trois, por primera vez Miller nota a su esposa entregada: “Quizá le entrara en la cabeza por primera vez que la posesión no es nada, si no puedes entregarte”.
En nuestra cultura occidental la infidelidad se ve no desde el punto de quien la comete, sino de quien, supuestamente, la recibe. Acostarse con una persona que no es la pareja es acostarse con otro, con lo diferente. La pareja se siente agredida, engañada. Se ha roto su posesión al haber un otro que posee lo suyo. Cuando Maude se da cuenta de que no posee a su marido, sólo entonces es capaz de darse por completo, una de las razones es que ya no hay miedo, ni siquiera el temor de perder a la persona amada, sólo hay entrega.
Con su vida y con su obra Miller intenta transmitir esa entrega. La renuncia a la vida es la apertura a la vida, así nos lo indica al principio de Trópico de Capricornio: “Una vez que has entregado el alma, lo demás sigue con absoluta certeza, incluso en pleno caos”. (p. 11)

Más allá de las palabras

Hay un hilo tendido entre Henry Miller y Henry David Thoreau. Para el primero la conversación sólo es un pretexto para otras formas más sutiles de comunicación. Explica que de no suceder así, la conversación es algo muerto:
Si dos personas tienen interés en comunicar mutuamente, no importa lo más mínimo lo confusa que llegue a ser la conversación. Las personas que insisten en la claridad y la lógica con frecuencia no consiguen hacerse entender. Siempre están buscando un transmisor más perfecto, engañadas por la suposición de que la mente es el único instrumento para la transmisión del pensamiento. Cuando empiezas a hablar de verdad, te entregas. Arrojas las palabras precipitadamente, no las cuentas como monedas. No te preocupas de los errores gramaticales o factuales, de las contradicciones, de las mentiras, etc. Hablas. Si hablas con alguien que sepa escuchar, entiende perfectamente, aun cuando las palabras carezcan de sentido. Cuando esa clase de conversación se pone en marcha, se produce un enlace, independientemente de que hablas con un hombre o una mujer. Los hombres hablando con otros hombres necesitan esa clase de conversación tanto como las mujeres. Las parejas casadas raras veces disfrutan de esa clase de conversación, por razones que son más que evidentes. (p. 359-360 Sexus, Miller)
En su aventura de ermitaño en el bosque Walden, Thoreau comenta que mucha gente se imaginaba que su soledad era terrible, él explica que en realidad lo visitaban muchos hombre y mujere, por igual, pues les daba curiosidad su decisión de vivir en esa cabaña. Aun así descubrió un factor importante, cuando uno está cerca de la gente, uno busca a los demás, y estos a uno para platicar naderías. Quienes buscaban a nuestro ermitaño, lo hacían con la intención de comentar algo importante. Incluso Thoreau propone que una buena charla es aquella donde hay un río de por medio.
Una comunicación verdadera, una comunicación empática, donde lo que se dice no tiene los valores de verdad o mentira, no importa, la comunicación está más allá de todo eso.
De ahí la importancia del sexo descarnadazo y antiromántico que Miller vive, pues hay una disociación entre el pensamiento de una mujer y el pensamiento de su sexo, así lo expresa él:
Hay coños que ríen y coños que hablan; hay coños locos, histéricos, en forma de ocarinas y coños lujuriantes, sismográficos, que registran la subida y la bajada de la savia; hay coños caníbales que se abren de par en par como las mandíbulas de una ballena y te tragan vivo; hay también coños masoquistas que se cierran como las ostras y tienen conchas duras y quizá una perla o dos dentro; hay coños ditirámbicos que se ponen a bailar en cuanto se acerca el pene y se empapan de éxtasis; hay coños telegráficos que practican el código Morse y dejan la mente llena de puntos y rayas; hay coños políticos que están saturados de ideología y que niegan hasta la menopausia; hay coños vegetativos que no dan respuesta, a no ser que los extirpes de raíz; hay coños religiosos que huelen como los adventistas del Séptimo Día y están llenos de abalorios, gusanos, conchas de almeja, excrementos de oveja y de vez en cuando migas de pan; hay coños mamíferos que están equipados como yates, buenos para solitarios y epilépticos; hay coños angelicales en lo que puedes dejar caer estrellas fugaces sin causar el menor temblor; hay coños diversos que se resisten a cualquier clasificación y descripción, con los que te tropiezas una vez en la vida y que te dejan mustio y marcado; hay coños hechos de pura alegría que no tienen nombre ni antecedente y estos son los mejores de todos, pero ¿adónde han ido a parar?
Por último nos dice Val Miller que “existe el coño que lo es todo y a éste vamos a llamarlo supercoño, pues no es de esta tierra, sino de ese país radiante adonde hace mucho tiempo nos invitaron a huir”.
Hay una disociación entre el discurso que el hombre dice y el discurso que el hombre es. El autor cuenta sobre una época llena de moralina, en la cual el sexo se encuentra a la vuelta de cada esquina. Contrario a como pasa en nuestra época: se habla muco de sexo y pareciera que este pulula con tan sólo respirarlo, conforme alunas encuestas las parejas de una persona adulta no pasan de cinco o diez.
Por eso pese a ser un polígamo absoluto, Miller es un amante, uno verdadero. Su encuentro con Mona-Mara-June es para el una redención. El amor lo salva de la ignominia, de la ansiedad y lo sitúa en la plenitud de sus poderes humanos.


Comentarios

Unknown ha dicho que…
Llegué a tu blog de casualidad, explicas las vicisitudes de Henry como quien se siente próximo. Sin duda un alma libre y apasionada, de esos que escasean en esta era tan frívola.

Entradas populares