Camaradas
Benjamín García 

Es maravilloso enamorarse, es fabuloso vivir una noche de buen sexo, es fantástico hallar una amistad; pero encontrar a un par, eso ocurre muy pocas veces, y cuando sucede los ángeles tocan sus trompetas y peen de puro contento.
Así les pasó a Henry Miller y a Anaïs Nïn, los dos escritores, los dos fuerzas elementales, los dos erotómanos irremediables.
Lo suyo no fue amor, no en el sentido de Romeo y Julieta, ni siquiera de Bonny y Clyde. Henry, el autor de Trópico de Cáncer, amaba profundamente a su esposa, June Mansfield. Anaïs se hallaba felizmente casada con Hugo. La de Henry y Anaïs era una de esas raras amistades entre hombre y mujer que, si bien pasan por el sexo, lo trascienden.
Alguna vez leí que Rafael Alberti aseguraba que la amistad era superior al amor, porque el amor es envidioso y termina. La amistad, en cambio, es más duradera, menos castrante.
Además, el amor está condenado al olvido, a la traición, al tedio o a la muerte (como en todo, con sus debidas y rarísimas excepciones).
La amistad también, en ocasiones, cae en alguna de estas situaciones, la diferencia es que no se halla condenada.
Ahora, encontrar un par, un compa, un pata, un camarada, es difícil. Lo fueron Marx y Engels, Borges y Bioy Cazares, Anaïs y Henry, Fidel y El Ché (con todo y las sospechas de trampa del primero al segundo do), Jack Kerouac y Allen Ginsberg.
De momento no se me ocurren más, hay grandes amantes, por supuesto, o amistades famosas, como la de Mark Twain y la de Nicola Tesla, pero la camaradería, la fraternidad cómplice, es difícil hallarlas. 
En ficción pienso en Sancho y El Quijote, por supuesto no son amantes, tampoco amigos, hay cierta subordinación de Sancho al Quijote, sin embargo, hay una relación par entre ellos incomparable. 
Algunos pasan las vida en búsqueda de la media naranja, un desperdicio, sin duda, hay más de una media naranja; en cambio, hallar un par, es como ganar la lotería sin comprar billete.

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