Diálogo

El diálogo de los hoy
Benjamín García
El arte no depende del genio ni de la musa, sino del código y del dominio del mismo. Hipólito Taine aconsejaba reconstruir el contexto para entender la obra de un autor, decía, por ejemplo, que si bien Rembrandt es el mayor representante de una generación, hay pintores buenos en su época, acordes a su estilo, tantos como se busquen.
El artista pues, crece en una tradición, y dicha tradición sólo es posible en una comunidad.
Esta comunidad lo es en tanto posee símbolos en conjunto.
Es el caso del lugar común. El apotegma de los poetas es: El primero que comparó a la mujer con una rosa fue un genio, del segundo en adelante: una bola de pendejos.
La originalidad sólo puede medirse en el rasero de la anterioridad. La repetición se juzga con el mismo criterio. Lo primero que hace un aspirante a poeta es descubrir que sus textos están llenos de lugares comunes, ocurre así por no estar dentro de la comunidad, al ingresar, empieza a recibir el código.
El código se conforma de todo lo que rodea y permea a la comunidad, no importa si es pasado, presente o incluso futuro. El artista crea para la comunidad en diálogo con el pasado, en circunstancias presentes y siempre en condicionamiento hacia el futuro.
Si Arjona o los compositores de Luis Miguel y otros tantos quisieran formar parte de la comunidad poética, leerían y acto seguido renegarían de todo lo hecho hasta ahora, como un poeta maduro al revisar sus textos de preparatoria.
La comunidad artística, por tanto, no es un grupo de personas en un momento denominado  llamado presente, es un conjunto de épocas, de símbolos, de leyendas y mitos, de acciones, representaciones en renovación constante, en donde el pasado y el presente no son tiempos distintos, sino continuidades.
Al hablar de artistas contemporáneos, por ejemplo, bien podríamos incluir a Petrarca o a Miguel Ángel. Están ahí no sólo como mera referencia, sino como presencia activa, sentados a la mesa, dispuestos a dialogar.

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