Suburbano IV

Suburbano IV


Nuestra historia bien podría ser una sonata del fracaso. Incluso del fracaso para fracasar, para ser el más hundido. Nacidos entre los 70 y los 90, fuimos una generación de artistas marcados por el desencanto y la indiferencia, pero anhelábamos conseguirlo algo, ¿qué? Ninguno lo tenía realmente claro.

Sergio Percástegui, gracias a su actividad de músico del metro consiguió pagar su carrera como diseñador.

“Realmente fue una aventura. Yo estudiaba tambor en el Instituto Mexicano de la Juventud, El Traumas, un amigo, me dijo: ‘Vamos a tocar en el Metro’, no traíamos para comer. Lo hicimos. Ya antes había yo vendido el periódico Machetearte en el Metro. A partir de entonces tocaba de la estación Refinería, donde vivo, a Barranca del Muerto, donde se localizaba mi preparatoria. Un día conocí a un saxofonista, Gonzalo Zetina, quien se acercó y me propuso un palomazo (improvisación súbita). No sabíamos mucho. Nos pusimos a improvisar en el andén. Nuestra primera paga fue una mandarina que nos dieron unas chavas. Estábamos en los pasillos y yo le propuse abordar los vagones. Ese mismo día nos contrató un güey para llevarle música a su chava al Hotel Presidente”. 

A partir de ese momento comenzaron a trabajar juntos. En ese entonces la fusión de saxofón y djembee (tambor africano) era una novedad, sobre todo en la música urbana: “La verdad nos iba muy bien, obteníamos 300 o 400 pesos en tres o cuatro horas. Después nos separamos. Yo me integré con bandas de folklore y rock”.

Comentarios

Entradas populares