Suburbano VI

Suburbano VI



El Operativo es el terror para músicos y vendedores. Consiste en una cuadrilla de vigilantes, policías o ambos que sale a buscar infractores durante más o menos una hora. Una vez que agarran a cuanto artista y vendedor hallan, los llevan a la delegación. Antes de la Ley de Cultura Cívica, la gente se quedaba una hora en una sala llamada “permanencia”, si en ese lapso no había llegado una patrulla, se procedía al desalojo. Ahora la remisión es directa, arriban camionetas y como si se tratase de trasladar a un narco, docenas de policías, llevan al presunto infractor ante el juez.

Cada delegación tiene una personalidad. La doce es más o menos amable, por lo menos no son tan lentos para llenar la papelería. Aunque se supone que la justicia debe ser expedita y que el Ministerio Público está, en principio, del lado del ciudadano, aquí te roban unas dos horas de tu vida y siempre pagas la multa.

En cierta ocasión llevaron a Gonzalo junto con algunos periodiqueros: un punk y otros más, chicos cultos, simpáticos, irreverentes y dicharacheros.

Gonzalo les dio a tales chicos un ejemplar de una revista cultural. Les gustó y de inmediato escribieron el correo electrónico para mandar sus cuentos. Jóvenes muy divertidos, cotorrean sobre los títulos de sus relatos: Asesinato en un carrito de hamburguesas, Me vine en seco...

El ayudante del juez, un hombre obeso e impertinente les busca pleito: “Métanse ahí, siéntense ahí”. Es como un prefecto de secundaria regañando a los escolapios. A la hora de que Gonzalo se puso a dar un falso nombre, le deja su banca a otra persona. El gordo comienza a reñir: 

—¿Por qué te sientas si él estaba ahí? 

—Él me dijo. 

—Es su lugar. 

—Sí, pero él me dijo. 

—Has de estar muy cansado. 

—Él me dijo. 

Luego discuten todos con el juez sobre el supuesto delito. “Pues es que obstruyen al usuario”. Una tontería porque no hay testigo, él lo sabe pero no puede reconocerlo. El vigilante que lleva a la gente, ni siguiera es, la mayor parte de las veces, quien realizó la detención.  Con todo, el juez les recomienda falsificar el nombre so riego de pasar unas horas “en chirona”. Es un tipo simpático, llenó las boletas a mano para no demorar más a la gente. También se burla de los policías: “Son bien lentos, les tengo que explicar como se hace”. “Mejor enciérrelos a ellos”, sugieren los periodiqueros.

La delegación es pequeña. Una oficina de no más de cuatro metros cuadrados, apretujados e inquietos. Luego de una hora, al fin, la libertad llega... si es que algún lado se la puede encontrar, porque las calles tiene dueños y sectores, múltiples formas de la misma búsqueda: encaramarse sobre el otro.

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