Suburbano IX

Suburbano IX


Benjamín García 


Para los ciegos el código es el del lisiado, la lástima por antonomasia. Ellos nunca hacen base, agarran los vagones indistintamente y al hacerlo ocasionan problemas tanto a músicos como a vendedores. Cuentan con un oído muy aguzado: saben cuando hay alguien laborando en el vagón, mas no les importa, empiezan a cantar. No obtienen ni un peso cuando ocurren en tal conducta, pero tan poco les preocupa demasiado.

Entre ellos son un poco más amables. Cuando se hallan esperando el tren, de cuando en cuando silban con un timbre muy peculiar, agudo y corto, como latigazo. El silbido se lanza como si fuese un gancho para pescar. Si llega a otro ciego, éste silba, y de esta forma se sitúan y lldegan a un acuerdo para ver quién se va en cuál vagón. Pese a ello llegan a irse ambos en el mismo vagón.

Me recuerden al incidente de El lazarillo de Tormes: agrestes y tramposos. Aunque, Hanz, un músico de la línea 1, me explicaba: «Total, ellos no ven y nosotros sí». Me temo que en el urberinto todos logramos ver algo y somos ciegos para lo demás.

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