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El metro es un cruce de vidas, líneas, historias y tiempos. Lo demuestran los relojes: unos en la hora de Irlanda; otros, en la de Timbuctú, o como el reloj de la estación Cuauhtémoc, con sus números oscilantes a perpetuidad, recordándonos a Segismundo: La vida es sueño.

Conviven aquí, usuarios malencarados, mujeres hermosas, gays anhelantes, vendedores, malabaristas, músicos, lisiados, ciegos extraídos de El Lazarillo de Tormes. Cada uno un camino y un código, pues aquí se halla también un cruce de códigos, de formas de expresión y de maneras de sobrevivir al desempleo.

Este es un testimonio de calle, de urbe, de autoridad, de rebeldía, de arte, de mediocridad y de sobrevivencia.

Fui músico urbano del año 2000 al 2016, con un periodo intermitente de unos 4 años, cuando trabajé para los albergues del GDF y luego estudié la maestría en Estudios Latinoamericanos, en la UNAM.

Durante esos años realicé diversas entrevistas, con una grabadora de casete, luego con una digital. Con el tiempo, he perdido los casetes y la grabadora se descompuso. El único material que tengo es lo que alcancé a transcribir, la memoria y a algunos contactos cercanos.

Gonzalo Zetina y yo estudiamos juntos en la Escuela Nacional de Estudios Profesionales (ENEP) Acatlán (hoy FES), de la UNAM. Escogimos la triste carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva. Egresamos en el año 2000. Justo con el triunfo del panista Vicente Fox. Uno de los efectos inesperados de su triunfo fue la crisis en los medios de comunicación, como retiró parte de la publicidad en medios, y la mayoría vivía de esa publicidad, desaparecieron periódicos y revistas. 

Nos encontramos con un panorama desolador: o no había trabajo, o el que había era muy mal pagado, si acaso pagaban.

Esta historia, como muchas, comienza con el típico boy meets girl. Gonzalo, antes de entrar a esta carrera, había estudiado chelo y contrabajo en la Escuela Superior de Música. Un buen día se le ocurrió comprar un saxofón. 

En octubre de 2002 la bada rumana: Taraf de Haïdouks dio una serie de conciertos en nuestro país. Como buen melómano, Gonzalo decidió ir, sólo que no contaba con dinero. Sin problema, su táctica era ir a la taquilla y pedir a la gente 5 o 10 pesos para “completar”. 

Ese día también había decidido operar igual Tala, una chica aspirante a actriz. Como la vida suele ser un conjunto de lugares comunes, fue amor a primera vista. Apenas verla y ya estaba enamorado de ella.

Juntos consiguieron el importe de los boletos, el concierto sería unos días después. 

—Te invito a cenar.

—Va, te veo mañana.

Después de terminar la carrera, la mayor parte de los tesoros de Gonzalo fueron a parar a las casas de empeño. Sólo quedaba su saxofón. Como no tenía dinero para la cita, decidió probar suerte en las calles.

Se fue al Palacio de Bellas Artes, en sus inmediaciones, únicamente los organilleros pueden “chambear”, corrieron al incipiente músico callejero.

Entonces probó suerte en el metro, en la línea 7. 

Ese mismo día, mientas tocaba en los pasillos, escuchó un tambor, corrió hacia el vagón. Las puertas se cerraban, como otro lugar común de película de acción, apenas ingresó y las puertas se cerraron. El otro músico lo vio con sorpresa. Gon levantó la mirada hacia él:

—¿Tocamos?


Benjamín García, fielrocinante@yahoo.com.mx

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