Mirón

El mirón modernista (o los tópicos modernistas de Salvador Díaz Mirón).
Benjamín García
Figura cumbre del movimiento modernista en nuestro país y uno de los grandes poetas de América, Salvador Díaz Mirón nació en Veracruz (Veracruz), estudió la carrera de letras y ejerció como catedrático de Literatura. En 1876 se exilió en Estados Unidos por el polémico contenido de sus artículos. Fue diputado al Congreso de la Unión en 1884 y secretario del cabildo de Veracruz. Figura de carácter violento, estuvo cuatro años en la cárcel por matar a un individuo en un duelo. Su desacuerdo con el régimen de Venustiano Carranza le llevó a exiliarse en España y Cuba. Publicó dos libros de poemas: Poesías (1896) y Lascas (1901). El primero, del cual renegaría más tarde, es un libro cercano al romanticismo; el segundo, una aventura de formas que marcará el camino para el fundador del modernismo Rubén Darío. De tono abrupto y sombrío, Lascas fue un libro que cambió totalmente su poética y logró algunos de los versos más difíciles y bellos de la lengua española. La perfección formal, que a veces lo hiela, logra en otras ocasiones una delicadeza y una suavidad extremas en las que el artificio y la dificultad no se notan.
Es, pues, nuestro modernista, nuestra voz gritona, fresca y receptora del clasicismo francés. Es menos esteta que Rubén Darío, más bravucón sin dejar de lado la elegancia. El título de Lascas resume a Díaz Mirón.
Ya desde el primer poema, que es de hecho una introducción: A mis versos, observamos su aire:
Insensibles a fiestas y grimas
y con alas de luz de centellas
pero esquivos a cautas doncellas,
difundíos por gentes y climas.
En esta primer estrofa, declaración de principios, observamos una ética socrática, el alejamiento de la horrible masa y la inocencia romántica de las “alas de luz de centellas” y, aunque el erotismo corre a lo largo de los tiempos, aun en los más oscuros, notamos un erotismo moderno, pícaro y picante en las frases de Díaz Mirón: “esquivos a cautas doncellas”.
Constantemente Díaz Mirón recurre a los tópicos clásicos, pero de alguna manera renovados a fuerza de darles un ligero remozamiento: “una musa de fuerza y de gracia / yergue al sol su hermosura y su audacia.”.
En este fragmento de Ecce Homo:
Mi gloria está en la nube
que por el cielo sube,
llevando, no un querube,
sino una tempestad,
y en el fulgor que anima
la yerma y blanca cima,
la cumbre que sublima
tristeza y soledad.

La mención de la tempestad, la tristeza y la soledad nos llevan a los poetas románticos, y la forma en que están redactados, los fulgores, lo yermo y los tonos blancos; el gusto en general por las menciones cromáticas nos hacen pensar en el modernismo.
Su erotismo a veces ronda con lo vulgar, no por el tema, sino por la forma de abordarlo como en Vigilia y Sueño:

La moza lucha con el mancebo
-su prometido y hermoso efebo-
y vence a costa de un traje nuevo.

Y huye sin mancha ni deterioro
en la pureza y en el decoro,
y es su gran lirio de nieve y oro.

Y entre la sombra solemne y bruna,
yerra en el mate jardín, cual una
visión compuesta de aroma y luna.

Y gana el cuarto, y ante un espejo,
y con orgullo de amargo dejo,
cambia sonrisas con un reflejo.

Y echa cerrojos, y se desnuda,
y al catre asciende blanca y velluda,
y aun desvestida se quema y suda.

Y a mal pabilo, tras cierto fuego,
sopla y apaga la flor de fuego,
y a la negrura pide sosiego.

Y duerme a poco. Y en un espanto,
y en una lumbre, y en un encanto,
forja un suceso digno de un canto.

¡Sueña que yace sujeta y sola
en un celaje que se arrebola,
y que un querube llega y la viola!

Los términos velluda y suda, igual que quema y suda, se dirigen al sexo de la mujer, de una forma directa y casi pornográfica. Ello no demerita a la obra, al contrario, Díaz Mirón sabe mantener la elegancia en los terrenos más sórdidos.
El final es un engarce perfecto: un querube violador. Una imagen tan barroca como moderna.
Y la palabra viola, muy fuerte, atroz, y tan suave que logra hacerla sonar el poeta.
Un poema de igual talante es Canción Medieval, antes de citarlo, admiremos que lo más moderno del veracruzano, lo que lo tacha de tal, es su incursión por todos las épocas a favor del poema. Lo mismo la helénica, el medievo, lo clásico, lo barroco, los callejero, lo urbano y lo obrero. Veamos el poema:

¡Oh tú la de crin rubia, luenga y rizada,
que caída en torrente barre las losas,
y que volando incita las mariposas,
porque así luce aspecto de llamarada!

Linajuda Regina que, por taimada,
finges al viejo duque modelo a esposas,
y de sus canas dices honestas cosas,
más dignas de la espuma de una cascada.

Ven y place al que tienen la voz dorada,
a perennes ortigas y eternas rosas,
y en el talón espuela y al cinto espada.

No ignores que los himnos hacen las diosas.
¡Oh tú la de crin rubia, luenga y rizada,
que caída en torrente barre las losas!

La forma de dirigirse a la mujer en cuestión es, en efecto, medieval; “¡Oh tú la de crin rubia...”, pero la imagen de la caballera que caída en torrente barre las losas, es una imagen que ya incluso anuncia al surrealismo. Es como una premonición poética. La forma de soneto le da un raigambre clasicista, y el tema es absolutamente moderno. Ya no es el amor cortés que sufre y se regocija con sólo ver a la amada. En palabras más coloquiales, el poema se traduce como una exhortación a abandonar al anciano para probar al varonil, y no necesitado de viagra, hombre que tiene la voz dorada, eternas rosas y en el talón espuela (imagen que no sólo alude a lo varonil por vía del gallo semental, sino que es de hecho completamente fálica) y al cinto espada (de nuevo la imagen fálica). El verso que enmarca todo el sentido es magnífico: “No ignores que los himnos hacen diosas”. Que es una invitación a ceder los placeres a cambio de la inmortalidad poética.
Un rasgo típico de los modernistas es el uso de la figura de las aves, y en particular la comparación entre tal figura y la mujer: “Como albo pecho de paloma el cuello.”
Esta otra en Nox: “En invisible tropa / las grullas pasan, batiendo en alta zona / potentes alas...”. En ese mismo poema encontramos los siguientes versos: “¡Oh, Tirsa! Ya es la hora. / Valor me falta; / y en un trino de alondra”.
Otro ejemplo del erotismo anticortés se da en Engarce, el título, de antemano, ya lo dice todo.
El misterio nocturno era divino.
Eudora estaba como nunca bella,
y tenía en los ojos la centella,
la luz de un gozo conquistado al vino

De alto balcón apostrófome a tino;
y rostro al cielo departí con ella
tierno y audaz, como con una estrella...
¡Oh qué timbre de voz trémulo y fino!

¡Y aquel fruto vedado e indiscreto
se puso el manto, se quitó el decoro,
y fue conmigo a responder un reto!

¡Aventura feliz! La rememoro
con inútil afán; y en un soneto
monto un suspiro como perla en oro

Hay un cierto afán en el veracruzano por demostrar que el amor ideal no es el mejor. Aquí se instala recuerdo y desde ahí juega con la belleza de la dama y la historia casi narrada al decir que el fruto vedado se puso el manto (nocturno), se quitó el decoro y respondió al reto.
Otro tópico modernista es la escultura y su uso como ejemplo de lo idealmente hermoso o exótico, como ocurre en A ti: “portas al cuelo la gentil nobleza / del heráldico lirio; y en la mano/ el puro corte del cincel pagano; / y en los ojos abismos de belleza.” Los mismo que en A ella: “Semejas esculpida en el más fino / hielo de cumbre sonrojado al beso”: También apreciamos este rasgo en Claudia: “Como helénica estatua, por la suma / corrección de la forma...”.
Como vemos, Díaz Mirón se distingue por su uso de los elementos clásicos, su cultura casi renacentista en un embate vigoroso, erótico, desparpajado y, curiosamente, muy coloquial, que será precursor de la poesía experimental del siglo XX.
Lascas es una piedra envuelta por flores que se arroja con la velocidad de un cisne al albo pecho de la vida, y la vida es una mujer, que pudorosa, poco a poco abre las piernas.

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