Llama
Minificciones de Benjamín García
A trompicones y golpeándose los pies con las ramas y las piedras llegó junto al roble de fronda ancha.
Los otros se miraron extrañados. No alcanzaban a comprender lo que ocurría.
El asustado, de miembro grande y con tiro hacia la tierra, bamboleándolo; soltó un chisguete de orina. Fue breve, sin mucho impacto. Luego crepitó con los labios y emitió: ¡Fuagh! ¡Fuagh!
De los que veían enfrente, once guturalizaron la cuestión. No entendían, no sabían que diantres ocurría. Quizá, imaginaron, se le había atorado algún hueso.
El restante, abrió los ojos volviéndolos de rueda blanca y dijo, trazando un signo de interrogación con brazos y hombros: ¿Fuagh? ¿Fuagh?
Ambos corrieron y unos cinco minutos adelante observaron varios arbustos.
Fuagh, fuagh.
Los otros once, a lo lejos, ignoraban todo.
Fuagh, fuagh.
Se sintieron dos hombres. Los dos hombres más solos del mundo.
Llama
A trompicones y golpeándose los pies con las ramas y las piedras llegó junto al roble de fronda ancha.
Los otros se miraron extrañados. No alcanzaban a comprender lo que ocurría.
El asustado, de miembro grande y con tiro hacia la tierra, bamboleándolo; soltó un chisguete de orina. Fue breve, sin mucho impacto. Luego crepitó con los labios y emitió: ¡Fuagh! ¡Fuagh!
De los que veían enfrente, once guturalizaron la cuestión. No entendían, no sabían que diantres ocurría. Quizá, imaginaron, se le había atorado algún hueso.
El restante, abrió los ojos volviéndolos de rueda blanca y dijo, trazando un signo de interrogación con brazos y hombros: ¿Fuagh? ¿Fuagh?
Ambos corrieron y unos cinco minutos adelante observaron varios arbustos.
Fuagh, fuagh.
Los otros once, a lo lejos, ignoraban todo.
Fuagh, fuagh.
Se sintieron dos hombres. Los dos hombres más solos del mundo.
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